Por Zito Fuentes. No es que haya desaparecido del a escena. La Chancha me advirtió: “No hagas lo de siempre, eso de decir que te secuestraron monjes tibetanos. Decí la verdad, Zito. Decile a la gente que sos vago”. Y así es. No tengo por costumbre trabajar. Soy más bien de esos que esperan en el umbral de la puerta que llegue un cadete de la quiniela de la vuelta de casa y me diga que me gané el Quini 6 y, además, que no me preocupe por los trámites para cobrar, que me los hace él gratis.
Aposté a cuatro candidatos en los comicios municipales y si bien ganó el Pela, uno de mis favoritos, no consigo que me atienda ni por teléfono, ni en persona, ni por señales de humo. No consigo que me atienda nadie y mi fama de periodista agudo, de analista de las profundidades de la política carlospacense y cordobesa, está francamente en el fondo de un pozo oscuro. En un pantano estoy.
Ávido de notas candentes si las hay, mi jefe máximo me mandó a verificar la calentura del Puente del Centenario tras recibir una llamada de un amigo contándole que su perro Firulai había pegado saltos de dos metros y medio después de pisar las chapas de aluminio. Y yo fui. Sin ganas, pero fui. Eran las 2 de la tarde de los últimos días de 2019, año en el que debo haber escrito dos columnas nada más, y allí estuve. Apoyé mi callosa mano en la chapa ardiente. Y en ese mismo momento pasó delante de mí una escultural joven que me hizo olvidar lo que estaba haciendo y, la verdad, no sentí absolutamente nada en mi mano. Busqué mi Nokia 1100 en la riñonera y le mandé un SMS a mi jefecito diciéndole: “Ta todo bien, jefecito. Falsa alarma. El puente es una hermosura”.
No sabía la que se me vendría después. Pero lo que pasó ya lo sabe todo el mundo. Estebanísimo mandó sus señales desde el trono cordobés y en el puente se pusieron adoquines como en casi toda la ciudad. Alguna vez lo llamé “Adoquinator” y eso me valió la expulsión de todos los foros en los que interactuaba con gente cercana al Palacio Municipal. Los naranjitas de la avenida San Martín dejaron de hablarme y hasta Lumumba me quitó el saludo.
Ahora, después de todo lo que pasó, se me ocurrieron un sinfín de ideas para aprovechar la calentura del puente: la que sobresale es la del Campeonato Mundial de Faquires. Una carrera en patas por el puente en una siesta de 34 grados como la de estos días. Un éxito hubiera sido. Pero nadie me escucha, nadie me atiende.
Mi segundo hallazgo periodístico fue el famoso ticket de la picada de 2 lucas. Para mí estaba bien el precio porque con esto de la inflación uno nunca sabe. En realidad, no me dieron muchas ganas de averiguar así que lo dejé pasar. Y también explotó en todos lados y me puse a inventar algo para zafar del reto.
Lo del Festival Nacional de la Picada fue una idea mía. Ojo, hay quienes les van a decir que la robé. Una mesa gigante en el centro con quesos, fiambres, mondiola (como dicen en mi selva a la bondiola) y sanguchitos de milanesa a los costados regados con cerveza de la mejor y jugos en sobre. ¡Qué hermosura!
Como tengo un Nokia 1100, no sé lo que es Twitter, no conozco nada de redes sociales, qué iba a saber yo que una mujer con sólo sacar una foto iba a armar tremendo bolonqui. “Se viralizó, Zito, se viralizó”, me gritaron a coro los editores. ¿Y qué es eso?, pregunté yo sin poder creer que una fotito al paso generara tanto lío. “Despreocupate, Zito – me dijo uno de mis compañeros de labor – Eso que te pasó a vos, les pasó a varios en Carlos Paz. Nunca la ven venir hasta que los tapa el agua”. Como dice mi amigo Tortul, Fin de Zita.