Convencido y casi encaprichado con de que tenía que publicarse en agosto, Forn trabajó durante su último año de vida para para evitar una simple adición de textos y que aquel mecanismo funcionara. Consiguió un “libro testamento”.
Consultados por Télam, su editora y amiga Mercedes Güiraldes, la editora chilena Andrea Palet y el director del editorial Grupo Planeta Ignacio Iraola reconstruyen el detrás de escena de ese año dedicado a la edición, cuentan cómo era la rutina de trabajo con el que consideran “el gran editor de la Argentina” y reflexionan sobre cómo convirtió al género “contratapa” en su marca personal.
“Lo conocí a principios de los noventa y fuimos amigos durante treinta años. Fui la editora de María Domecq en 2006 y después de la reedición de `Corazones´, `Nadar de noche´, `Frivolidad´, `Puras mentiras´ y de los cuatro tomos de ´Los viernes´. Y en 2011, cuando escribí una crónica de mi experiencia con el cáncer, él se convirtió en mi editor”, repasa la editora Mercedes Güiraldes sobre el vínculo personal y profesional que tenían, que incluía ese tipo de intercambio que habilita el cambio de roles.
Define a Forn como “un tipo de diálogo pleno”: “Pedía, y casi que exigía, opiniones porque consideraba que eso hacía crecer a un libro. Más allá de mi rol de editora, sé que su ronda de consulta habitual también incluía a otros editores, a amigos, a su hija y a su pareja”.
Güiraldes y Forn se reencontraron en la edición de “Yo recordaré por ustedes”. Con una correspondencia nutrida acortaban la distancia entre Buenos Aires y Villa Gessell, donde vivía el autor.
“Él trabajaba desde el año pasado en los textos y en el ordenamiento. Nos hacíamos chistes e intercambiábamos mails con las distintas versiones. Juan les ponía unos títulos muy graciosos, como si fueran mis pensamientos: `Otra vez este loco´ o `Este chabón es un pesado´. También teníamos un intercambio más rápido por whatsapp que se daba así: Juan me decía que quería sacar un texto, yo le decía que no y entonces me interpelaba,`Bueno, defendelo ́”, recuerda la editora, quien por estos días revisa la correspondencia, en un gesto que es también es una forma de extrañarlo y encontrarlo.
“Juan era ansioso y obsesivo -lo define-. Me escribía mails a la noche que yo leía a la mañana siguiente. A veces, me mandaba un segundo mail en el que me explicaba que haberme escrito le había clarificado la situación y que ya estaba resuelto”.
“Yo recordaré por ustedes” -que debe su título al texto en el que reconstruye la vida del cineasta Jonas Mekas- está dedicado a su hija Matilda y a María Luisa, su mamá. Pero, en página impar, suma un agradecimiento a la editora chilena Andrea Palet donde se transparenta cierto reconocimiento específico del editor: “Le debo la forma de ordenar los textos de este libro, es decir, su mecanismo interno de funcionamiento”.
“Éramos amigos desde 2010 o por ahí, pero nos veíamos muy poco; sigo muy choqueada. Veo sus correos en mi mail”, confiesa Palet, desde Chile. “En 2012, le publiqué `El hombre que era viernes´ en una editorial que estaba empezando y que ya no existe, y en 2017 de nuevo, ahora en mi editorial, Laurel. Esta vez las ordené de otra manera, con una lógica espacial, un hilo que siguiera una geografía mental que recorriera el siglo XX de lejos a cerca, de lo exótico a lo familiar. El primer texto es sobre África, de ahí pasa a Rusia y Japón, poco a poco se van `acercando´ a América, y el último es Gessell y el mismo Juan. También hice racimos para que los temas que se traslaparan quedaran juntos, saturados”, reconstruye la editora chilena sobre esa edición trasandina que terminó inspirando a Forn. “Me parece muy lindo que haya usado el mismo título y esa estructura, me siento honrada”, dice.
¿De qué se trata, en concreto, el viaje que propone Forn? Conviven, dialogan y juegan el relato del diario que escribió Vaslav Nijinsky para demostrar cordura durante una internación psiquiátrica, un recorrido por la vida de Idea Vilariño en la que la considera una mujer completa muy a pesar de su relación con Juan Carlos Onetti y un relato de viaje de aquel día que, como cadete de Emecé, le tocó acompañar a Adolfo Bioy Casares a dar una charla en La Plata. Sobre el final, los textos se acercan en el tiempo y la voz del narrador, más presente. En “Y el mar”, el último texto, el autor cuenta cómo las contratapas nacieron en Villa Gesell, inspiradas en muchos de esos libros que por falta de tiempo no había logrado leer en años y que cerca del mar, en lo que -con ironía- llamó sus días como “jubilado prematuro”.
“Leer, caminar, escribir, en una misma frecuencia, semana tras semana. Pensar en formato viernes, en lugar de pensar en formato libro: salirme de esa lógica que se había convertido en un karma (“¿Estás escribiendo?”, “¿Para cuando el nuevo libro?”)”, escribe Forn sobre cómo alimentó el género con el que fue conquistando lectores y sobre cómo de alguna manera había aprendido a frenar esos pedidos que surgían, más bien, del “deseo del otro”.
En la segunda parte del proceso de edición, que involucraba los pasos necesarios para volverlo objeto libro, Güiraldes trabajó con “el Juan todoterreno”. “Se ocupaba y elegía al detalle: desde los cabezales hasta en la imagen de tapa. En enero, me dijo que se había topado con la imagen que quería para la tapa en una revista científica pero que no le encontraba copyright. Y no paró hasta que lo resolvimos”, cuenta sobre la elección de la portada, en la que se ve una silla volando, como si hubiera sido revoleada en medio de un paisaje solitario de lago y pinos.
Güiraldes no duda en referirse al texto, que en pocos días agotó la primera edición, como “un libro testamento”: “Él no era inocente sobre esto, lo sabía. Este libro no es un refrito sino que tiene un trabajo fino en el engranaje”.
“Puso de moda los libros a finales de los 80 y era el tipo que mejor los hacía; el mejor editor en este país. Pero eso hizo que muchos se olvidaran del Juan escritor. Y sí, es un libro testamento que le hace justicia y que deja en claro cómo brillaba”, asegura el director editorial de Planeta Argentina, Ignacio Iraola.
“Más allá de que fue el tipo que inventó Planeta tal como la conocemos hoy, me unía a él una amistad de 30 años. Juan me sacó de cadete, pero esto va más allá de la anécdota personal -advierte- . “Su don o su gran capacidad -asegura-, era ver algo en alguien y hacer algo con eso, hacerlo brillar”.