El viejo relato de la “guerra interna” y escalofriantes coincidencias con los peores momentos del país. La prefectura asesinó a un mapuche.
“Murieron extremistas en un enfrentamiento” era el titular mas usado por los diarios para describir fusilamientos sanguinarios durante la dictadura. Las atrocidades que horrorizaban al mundo entero contaban en Argentina con la complicidad del aparato mediático que silenciaba lo que pasaba y, cuando no podía hacerlo, tranquilizaba a la sociedad con la idea de que las víctimas eran “terroristas”. Letras mas, letras menos, aparecieron los mismos titulares esta semana por los medios de comunicación.
Los diarios, canales de televisión y radios construyeron una imagen “terrorista” de los mapuches y, ante el asesinato de uno de ellos, protegieron a las fuerzas de seguridad con los viejos recursos: el relato del “enfrentamiento”, la demonización de la víctima y la apelación a un orden como valor primordial por sobre la vida humana. Gran parte de la población, como hace 40 años, compró ese discurso y se encargó de exhibirlo en redes sociales y conversaciones de café.
En los medios internacionales se habla de represión, sin escatimar en el uso de la palabra. “La policía mató un mapuche”. Simple y con hechos concretos que no se pueden negar.
Lo primero y esencial que hay que saber del conflicto gobierno-mapuches es que la disputa es territorial entre la población mapuche, que se ampara en la preexistencia de los pueblos originarios reconocido en la Constitución Nacional, y el empresario italiano Luciano Benetton, catalogado por los medios del mundo como “el dueño de la Patagonia Argentina”.
Esta disputa mostró al gobierno nacional conducido por Mauricio Macri, amigo de Benetton, encolumnándose del lado del empresario y ofreciéndole las fuerzas estatales de seguridad como fuerza de choque y ejército personal para combatir el reclamo mapuche.
Esta postura violenta de las fuerzas de seguridad se cobró una nueva vida este sábado, la de Rafael Nahuel, a quien la prefectura le disparó, aparentemente, por la espalda mientras huía.
El hecho se produjo en el desalojo de un asentamiento mapuche en el departamento Bariloche, dos semanas después de que el congreso prorrogue la ley que prohíbe el desalojo de pueblos originarios. La policía utilizó balas de plomo y, recién al día siguiente a la represión, el comunicado oficial de la prefectura acusa que también hubo fuego hacia ellos desde las “filas mapuches”.
Desde la desaparición de Santiago Maldonado, comenzó en los medios de comunicación una campaña intensa de demonización del pueblo mapuche, hasta entonces completamente ignorado en su lucha contra el avance ocupacional del empresario italiano Benetton. No se dejó ninguna teoría descabellada sin expresar. Se distrajo el foco de lo esencial con “pasados flogger” de dirigentes mapuches y frívolas versiones que provenían de reconocidos periodistas e, incluso, funcionarios como la Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, que los vinculó con la guerrilla kurda. Mapuches con guerrilla kurda, todo un globo terráqueo de diferencia y ninguna repregunta periodística que pida, al menos, algún elemento objetivo para esa alocada vinculación.
También se vio un miserable debate sobre si los mapuches son argentinos o son chilenos. Un horroroso show de tertulianos exhibiendo su ignorancia y hablando sobre un pueblo que existe desde antes que exista Argentina, o que exista Chile. Pusieron el foco en desacreditar el reclamo mapuche con términos de estados actuales y con un falso nacionalismo sin mencionar que del otro lado hay un empresario extranjero, de esos que no hay dudas que es extranjero.
Lejos quedó el discurso compasivo como el que se reproducía hace algunos años con los Qom, lejos quedaron los valores de “Pocahontas” de la revalorización de la tierra ancestral por sobre la ambición empresaria, lejos quedó el mínimo sentido común que nos indica que el estado debe cuidarnos y no asesinarnos.
El mapa discursivo en la argentina nos muestra un panorama parecido al que dejamos atrás hace 34 años: la teoría de los dos demonios impulsada desde los medios de comunicación y la aceptación de un sector social que avala y justifica el asesinato de civiles por parte de fuerzas estatales de seguridad por considerarlo “enemigo interno”.
El terrorismo de estado avalado por un silencio cómplice y el supuesto combate a un terrorismo ficticio de pibes de 17 años estudiando en colegios de La Plata, mujeres embarazadas y civiles comunes y corrientes cuyo único delito fue pensar diferente, tener libros que no le gustan al poder o simplemente estar en el lugar y momento inoportuno.
Esto no significa que Macri sea la dictadura ni ninguna de las consignas en ese sentido. Significa que mientras nos mostrábamos ante el mundo como un ejemplo en derechos humanos reconocido internacionalmente, por debajo se iba tejiendo un discurso de intolerancia, de pérdida de la sensibilidad humana y de un individualismo atroz que permite a personas ser indiferentes e incluso festejar el asesinato de otras personas.
Significa que estábamos equivocados cuando creíamos que las condiciones de ignorancia que permitieron 7 años de dictadura y 30.000 desaparecidos habían terminado con la justicia lograda en los últimos años.
Un nuevo hecho de represión violenta que se cobra una vida nos pone a prueba, no en nuestra postura política, sino en nuestra humanidad.