Por Fernando Agüero. Muere un niño (Blas) en Córdoba por una bala policial. En Capilla del Monte tachan una intervención callejera que clama justicia por el crimen y violación de Cecilia Basaldúa. En la esquina, un oficial te multa si el tapabocas no alcanza a cubrir tu nariz. En Carlos Paz, a cinco años del crimen y violación de Andrea Castana, nadie sabe quién la abusó y la mató, y la que menos lo sabe es la Justicia que no tiene ni una sola pista firme. En Carlos Paz, el crecimiento de la ola delictiva y los robos a mano armada a plena luz del día es directamente proporcional a la manera en que sube la curva de contagios del virus que no nos deja ver otra cosa. En Carlos Paz, todavía hay una madre, Laura Cortez, que espera que su hijo, Franco Amaya, regrese a casa y que estos últimos tres años de pesadilla hayan sido solo eso, un terrible sueño. La injusticia y las incongruencias, el ojo que todo lo observa pero omite lo que no le conviene, están ahí, onmipresentes.
Mientras se escriben nuevos protocolos para cuidarnos del mal del siglo, hay otras historias en el mundo que nos piden a gritos que las miremos, que el miedo al otro (cualquier otro es un posible portador del virus) no nos ciegue, y que podamos seguir caminando con cierta libertad en esa nueva/normalidad tan anormal y amorfa.