Encontré a Yoshico en el patio de su casa, sobre la avenida Uruguay. Regaba las plantas de su jardín. Me estaba esperando para hablar de lo que no quería hablar: la tragedia de Hiroshima.
Yoshico Kohari murió en enero de 2013 en Villa Carlos Paz. Había nacido en los años 30 en cercanías de la ciudad japonesa de Hiroshima y fue testigo del momento más terrible de la historia de su pueblo y de la humanidad: la destrucción causada por la bomba atómica que Estados Unidos arrojó sobre su ciudad.
La conocí en 2010, cuando fui a entrevistarla a su casa para una nota especial que publicó el diario La Voz del Interior (Ver nota completa Aquí). Me recibió en su pequeña casa de la avenida Uruguay. La casita estaba rodeada de un jardín en el que predominaban las rosas que Yoshico cuidaba con atención y paciencia, todos los días.
La experiencia me conmovió. Conocer los detalles de la vida de esta pequeña mujer que en ese entonces tenía 93 años motivó en mí una toma de conciencia y abrió muchos interrogantes sobre la brutalidad del hombre y el relato oculto sobre uno de los genocidios más aberrantes de la historia de la Humanidad.
Este 6 de agosto se cumplieron 70 años de la tragedia de Hiroshima. Acostumbrados a leer las noticias sobre las guerras y los crímenes a través de la TV y los diarios, en Carlos Paz tuvimos durante unos años el privilegio de conocer de primera mano un relato del terror y los muertos inocentes que causó la bomba atómica.
Yoshico vivía con su familia en un poblado cercano a la ciudad. Ese día tenía que ir al centro pero se retrasó y salvó su vida.
“A las cinco de la mañana escuchamos por la radio que nos avisaban que venían aviones norteamericanos. Al amanecer llegó a casa el hermano de mi marido a traernos verdura y a eso de las ocho escuchamos una gran explosión”.
“El cielo se oscureció y cuando pasó la onda expansiva pudimos ver el hongo que se formó sobre la ciudad. Fue algo horrible”.
“Los hermanos de mi madre tenían comercios en la ciudad, todos ellos murieron”.
Yoshico contó que vio gente caminar en carne viva, con las ropas derruidas, niños desamparados en la calle. Y habló de su bronca todavía latente en aquel 2010.
La amistad de Yoshico. Darío Conforti la conoció a partir de la práctica del budismo y el acercamiento con Yoshico cambió su forma de ver la vida. “El budismo nos unió y a partir de ahí nació una relación de empatía. Era muy dada con todo el mundo y a partir de ahí generamos este vínculo”, cuenta.
“Aprendí muchísimo con sus charlas, sus silencios y sus consejos”; dice y apunta una de sus enseñanzas: “Un día me dijo que el ser humano tiene 64 rasgos en el rostro y que aprendiendo a verlos se conocía cómo era una persona en su interior”.
“Convertir el veneno en remedio”, una de las enseñanzas que dejó Yoshico.
Para Darío, la barrera idiomática fue sólo un pequeño escollo. “Nos entendíamos con el corazón”, dice. “Aprendí también a querer escuchar, a poder interpretarla. Me hizo poder entenderla desde el corazón”.
Quizás por humildad, Darío no puede aseverar que haya sido su discípulo. “Tenía el don de transformar el veneno en medicina, irradiaba vitalidad y luz”.
Y agrega: “Su historia con la bomba es muy desgarradora. Hablaba de lo que pudo ver: gente a la que la ropa se le pegaba al cuerpo, gente en carne viva y el afán de sus padres por protegerla a pesar de haber perdido a sus familia, el post bomba, el ruido de los aviones y el temor que tenían”.