Por Sol Castro. La mayoría conocemos cuáles son los beneficios del arte en la vida cotidiana de las personas, o más bien, porqué necesitamos del arte para experimentar una vida con verdadero sentido.
El arte no sólo permite expresarnos, conectarnos con nuestra sensibilidad, con el universo subjetivo de cada uno de nosotros, sino que nos comunica con otras personas de una forma especial, con otras realidades, y posibilita que manifestemos algunas cuestiones o aspectos de nuestro ser, que de otro modo permanecerían ocultas.
No hace falta ser un gran artista para hacer, participar o contemplar un hecho artístico. Pintar, dibujar, escribir o leer un libro, hacer una escultura, participar de una obra de teatro o sentarse a disfrutar de una, idear o filmar una película o ver una, hacer un edificio o gozar con su estética, componer música o escucharla, por nombrar sólo algunas acciones vinculadas al arte… Sea que nos ubiquemos de un lado o del otro, como productores o consumidores, sencillamente, el arte hace bien.
Fortalece nuestra espiritualidad, y cuando está asociado a descubrir historias de otras personas, aunque sean ficticias, sin dudas nos posibilita una comprensión mayor del mundo de la vida, de sus diversas capas de sentido y de su complejo entramado.
Hacemos y consumimos arte para sobrevivir, para construir en el plano simbólico un universo que nos sostiene, que nos aleja por un rato de lo material y de lo tangible, pero que sin embargo habla más de nuestra esencia que cualquier otra producción humana.
Vida y arte: dos esencias inseparables
Hace unos días me hicieron una pregunta que parece sencilla, quizás obvia, pero que sin dudas hace que uno busque fundamentos: ¿por qué necesitamos del arte para estar mejor?, ¿cuál es el impacto que produce en nuestra vida cotidiana?
Y enseguida pensé en lo insoportable que sería la vida si el arte no fuese intrínseco a nuestra esencia ¿Qué pasaría si no hubiese cuentos para contarles a nuestros hijos cada noche? ,¿si no pudiéramos detenernos a dibujar algo en algún momento del día, a hacer un simple garabato?, ¿ si nuestra imaginación no pudiera volar al son de un tema musical?,
¿Qué pasaría si no tuviésemos historias para contar, para leer, para disfrutar a través de distintos lenguajes? Posiblemente nuestro pensamiento sería tan rudimentario, que no habría forma de comunicarnos de manera eficiente con los otros.
¿Qué sería de nosotros sin la literatura, el teatro, el cine, la fotografía, por ejemplo? Sin poder aproximarnos al otro y mediante ellos, a nosotros mismos, sumergiéndonos en esos mundos posibles que nos ofrece el arte, gracias a los cuales alcanzamos una comprensión más profunda de lo que nos rodea.
Efectos físicos y emocionales
¿Por qué la gente ve tantas series, por ejemplo? Fue otra de las preguntas que me hicieron, como si yo tuviese una respuesta inmediata. Acepté el ejercicio de encontrar argumentos y me vino a la mente la idea de que las historias, más allá del soporte en que sean narradas (libros, cine, series, música, etc) son una puerta abierta a otras realidades que necesitamos conocer, tal como expresan tantos escritores.
Rápidamente, nos sentimos identificados con diferentes personajes y generamos esa empatía necesaria para entender al otro. Necesitamos ponernos en otras pieles, mutar, ser otros para luego volver a ser nosotros mismos, pero quizás en una versión diferente.
Ser testigo de otras vidas a través de la literatura u otras artes, nos aleja del devenir anodino de la vida cotidiana, de nuestros problemas reales. Nos da un respiro. Después de una buena película, una de una serie, de un buen libro, ya no somos los mismos. Lo reafirmo.
Desde la ciencia fundamentan que ver historias complejas y cargadas de emoción, aumenta los niveles de cortisol y oxitocina, hormonas asociadas al estrés y la empatía respectivamente. Además se produce más dopamina, un neurotransmisor que libera el cerebro en situaciones placenteras y nos estimula para busca aquello que nos provocó esa sensación.
Lo que nos produce placer y hace que sintamos fuertes emociones, es lo que permite que experimentemos la vida con intensidad, esa intensidad que nos lleva a comprender las cosas más rápido y a disfrutar más de ellas.
No en vano se dice que los niños debieran aprender la vida misma de la mano del arte, porque éste es apelación a los sentidos, a la exaltación del espíritu, la contemplación de las cosas desde otro lugar, que habilita a soportar lo mundano y rutinario.
El filósofo alemán Georg Simmel, le daba una importancia primordial a los sentimientos y a la afectividad, tenían un papel decisivo en el ser en el mundo. El arte para él, era esencial a éstos y viceversa.
“El arte es el otro de la vida, la liberación de ella por medio de su contrario en el que las formas puras de las cosas, indiferentes frente a su ser disfrutado o no–ser–disfrutado subjetivo, rechazan cualquier contacto a través de nuestra realidad. Pero en la medida en que los contenidos del ser y la fantasía entran en distancia, se nos acercan más de lo que podrían bajo la forma de realidad”, escribió en su libro El individuo y la libertad. Ensayos sobre crítica de la cultura de 1986.
Eso que llamamos arte, entonces, es el desdoblamiento sin el cual nuestra existencia carecería de sentido. Lo que producimos y consumimos para disfrutar siendo, y para acercarnos a un entendimiento superior de todas las cosas.