Señoras. Con pancartas a cuestas y unas manos que ya lucen un poco arrugadas. El pelo más corto. Pitucas ellas, a pesar del paso de los años. Con sus vestidos, algún rímel, las bocas pintadas y la fragancia del perfume que solo se usa en ocasiones especiales. Algunas de acá, otras de allá, algunas especialmente desde Mendoza, de algún lugar. Todas tenían una sola cosa en común: ver al rey argentino.

Rememorar esos recuerdos guardados en lo más profundo del cuerpo. Lustrar de nuevos los zapatos, el vestido largo, emular el batido en el pelo y mover el cuerpo como si fuera la última canción de nuestras vidas. Mover, como se dice en criollo, el esqueleto.

Es martes por la noche y de a poco la gente como pequeñas hormigas se agolpó al predio de los Jardines Municipales para ver al “pibe” de barrio, aquel que supo ser cafetero, lustra botas y que soñaba con ser cantante, de vivir de la música. Ese “pibe” se cansaría de vender discos – no se enoje, me corrijo: long plays- y recorrer los escenarios del mundo entero con su catarata de éxitos, hits, grandes canciones, o como usted quiera llamarle.

Palito Ortega revolucionó la ciudad. Cada vez eran más las pequeñas hormigas, que ya no tenían lugar y cortaron la avenida principal y algunos se quedaron del lado de la terminal para escuchar la usina de temas con la que se despachó el Elvis Presley de Sudamérica.

Con una camisa blanca elegante, detalles negros. Palito enamoró, hizo llorar y bailar a toda la gente que acompañó con coros, lágrimas y el alma misma, en cada partitura que la voluminosa banda hizo arriba del escenario.

El ídolo popular que comenzó a caminar por los 60’, viajó en el tiempo, y no fue para nada egoísta: lo compartió con todos. Imágenes en las pantallas de sus películas, un sentido homenaje a Sandro y al mismísimo Charly García – quién Ortega tiene mucho que ver en su rehabilitación, “recuerdazos” del Club del Clan y la presentación de su último cd con mucho Rock & Roll.

Con el corazón contento, así se fueron las pequeñas hormigas. Para algunos fue la primera vez, para otras la segunda o tercera vez que lo vieron al rey Palito. El que se fue aplaudido de pie y alzando las manos diciendo que él tiene fe que todo va a cambiar. El eterno enamorado, el muchacho que va cantando por la ciudad con su guitarra, al que todo le parece a la sonrisa de mamá. Un cantor irreemplazable en el cancionero popular del país. ¿Quién no sabe algún tema de Palito? Creo que es una de las pocas cosas que no se pueden decir que no, sin importar la edad, porque las señoras –pequeño detalle- estaban acompañadas de sus maridos, de sus hijos, de alguna estrella en el cielo que también cantó ¡Viva la vida, viva el amor!