Por Gastón Flachs. Una de las razones para escribir es la búsqueda de esa sensación que me venía de chico cuando jugaba a las escondidas. Siempre creía encontrar ese lugar que me daría la posibilidad al último, de correr y dar piedra libre por todos mis compañeros.
Soy de una generación que hizo la secundaria en el Colegio Nacional de Monserrat (CNM). Allá justo en el año`82, con el advenimiento de la democracia en Argentina. Hijos de una orgía entre los Beatles, el Club de la Clan, María Marta Serra Lima y la Triple A.
Mis compañeros y el suscribiente formamos parte de una sociedad en la que el sancocho de las aulas estaba en el menú de la escuela pública y se daban en el ámbito de una educación pareja e igualitaria y de mucha amplitud social. Una Argentina que salía de la Dictadura dispuesta a dar el debate y diferenciar de una vez por todas Mérito de Privilegio y, así, empezar de una vez por todas con la movilidad social ascendente hasta el infinito y más allá.
Allí entrábamos todos: los morochos hijos de la tierra, los de apellidos largos y duplicados, hijos del linaje del jamón ibérico. Los hijos de sangre escapada de hambrunas y guerras, los apellidos impronunciables, los turcos que no venían de Turquía, los de las diásporas, más mucho spaghetti y ravioli con tuco casero de la nona. Todos juntos en una argamasa jugábamos en los recreos al fútbol con una chapita de gaseosa en el pasillo de un tercer piso de baldosas añejas que esperaba ser nombrado Patrimonio de la Humanidad.
Éramos y somos los recién nacidos de una cofradía que quería cultura, la gran cultura, rechazada y puesta en confinamiento durante años, para que la libre expresión y la creación de pensamiento crítico empapara a jóvenes diversos y los empujara a tirar del carro de un mismo gentilicio.
Dicho esto, es que comienzo a preguntar por qué no pudimos subirnos al sueño de lo colectivo y plural con dos cucharadas menos individualismo y narcisismo.
Estamos invadidos por las nuevas tecnologías y por un nuevo concepto de cultura, sin embargo no podemos repensar a Dios. ¿No será momento de crear un Dios nuevo que venga a decirnos que eso del amor al prójimo está muy, pero que es fundamental que amemos al agua?. Que sus primeros hijos fueron los árboles y otras especies animales menos propensos a las redes sociales y al hedonismo hipermoderno de hoy.
El hombre es capaz de mejorar el mundo, podemos ser algo más que autores de bombas atómicas, drones y drogocops insensibles dispuestos a todo por una gota de petróleo o una pepita de oro.
Las consecuencias de esta moralidad se verán en los próximos años, en este mundo de zozobras y zorros y los que apostamos fichas a la curiosidad y al humanismo emocional no egocentrista, sabemos que no hay propósito ni un plan maestro.
Está en nosotros, la especie que piensa y razona, decir que así no estamos yendo a ningún lado, que tenemos un día a la vez para vivir y que podemos hacerlo, porque si podemos vivir así, el patrón de acumulación capitalista va a ser derrotado y, seguramente, volveremos a ver a la madre tierra como la única que posibilita nuestra existencia. Esta roca que no pasea en loop alrededor del astro rey es la única calesita que tenemos todos.
Mis compañeros y yo estamos aprendiendo a envejecer, es la primera vez y la última que lo haremos. Es entonces que en esta difícil tarea debemos cerciorarnos que no sea como lo hicieron nuestras progenies. Debemos crear sociedades nuevas, y no cualquier sociedad si no una que sea pensante, crítica, solidaria y entienda que el agua es fundamental para el desarrollo de la vida tal y como la conocemos hasta ahora.
No podemos darnos el lujo de reconstruir templos parisinos y envenenar ríos andinos en busca de metal para bijouterie de cotillón. Mientras subimos fotos de platos de comida y tragos empalagosos acompañados de un slogan propio de una publicidad berreta de pasta de dientes, que es fácilmente digerible por los eternos voyeurs de la vida de los otros
El hombre no es realidad, es posibilidad. Hagamos uso de esa acción que determina nuestro futuro, esa que viene determinada por lo que aún no es, y corramos el arco de modo tal que los patean siempre el penal, esta vez lo erren.
Foto: Colegio Nacional de Monserrat