Los límites y las limitaciones de la cuarentena

Por Miguel Ángel Ortiz. Tenemos un horror nuevo y no sabemos cómo pilotearlo. Le pusimos un nombre, pero no sabemos muy bien qué es ni cómo se comporta. Esa limitación nos hace aún más limitados.

Por eso es comprensible que fallemos a la hora de enfrentar este mal. Lo que es imperdonable es la mezquindad a la hora de encararlo, o de simular que lo hacemos. O sea: la estrategia puede ser falible y perdonable. La actitud es la siniestra, y más si se la esgrime en nombre del bien común.

Es imperdonable el uso político, o politiquero, que se hace de la pandemia. A buena parte de los decisores elegidos por nosotros sólo se le ocurrió responder con demagogia. Como lo hicieron casi siempre (qué sería si el año fuese electoral).

El coronavirus asola el planeta.

Después del susto comenzó la orden del aislamiento y la obediencia: el aislamiento.

No fue tan difícil en un pueblo donde estamos más acostumbrados a obedecer que a decidir.

Y mientras la mayoría cumplimos la cuarentena con miedo, y salvando el cuero propio, esgrimimos el discurso de la empatía y de la solidaridad (Aplaudimos al personal de salud, pero si vive lejos, mejor).

O sea: en general respondimos como siempre: con hipocresía y supuesta corrección política. Pero, como alguien dijo, nos habían mandado a no hacer nada y lo hicimos mal.

Después, mientras se moría gente en el país y en el mundo, nos dijeron que en Traslasierra estábamos “libres de”. Los transerranos siempre tuvimos ganas de sentirnos diferentes y a salvo de los grandes males. Se cerró el valle (aunque con permeabilidades preocupantes).

Entonces empezamos a confiarnos y a salir hasta para ir a la esquina a ver si llueve.

En tanto, algunos intendentes se pusieron el traje de “salvadores de su pueblo”, y con guiones imprecisos decidieron cerrar sus propios mapas. Una estupidez teniendo en cuenta que somos un mismo escenario urbano dividido políticamente (y politiqueramente) por límites, funcionalidades más que funciones, conchavos y (más) feuditos.

La acción fue tan exagerada que en un momento parecía que podías encontrar a un chaleco verde en tu patio diciéndote qué debías hacer “por el bien de todos”.

El malestar de los mismos vecinos terminó con el absurdo teatral: si el mal está solo afuera, y ya cerraste todas las entradas a la casa, era necesario cerrar patios y pasillos?

¿Intento de pertenencia? ¿Recurso para unir la tropa? Funcionó poco. Desde que se formaron, Villa Dolores, San Pedro y Villa Sarmiento funcionaron como un solo complejo urbano, con una interacción cotidiana constante en sus estamentos vitales. ¿Límites? Sólo formales.

Hoy podríamos sumar a otros pueblos en este esquema.

El desafío que viene ahora es mantener la cuarentena todo lo que la crisis (económica) dentro de la crisis (sanitaria) pueda resistir.

En la instancia de flexibilización de la cuarentena, unos proponen y otros cuestionan. Las dos posturas serían más entendibles si no estuviese el fantasma de la mezquindad política de por medio.

Todos hablan del bien común.

Ojalá no lleguemos a la vergüenza, un lugar que ya hemos habitado con nuestros representantes .

De verdad deberíamos sentirnos separados pero juntos, y dejar las mezquindades y sectarismos para más adelante o para nunca. Y que los límites nos unan. Seríamos menos limitados.

Porque si ahora no aprendemos algo, no lo aprenderemos nunca.

 

Miguel Ángel Ortiz es docente y periodista de Villa Dolores.