Otra vez me comí la curva como Colapinto pero yo soy un mono de cabotaje y lo mío fue como estrolarse en la pista de karting de la Costanera.

“Zito está feliz”, me dije, porque soy de los que se refieren a sí mismos nombrándose. Soy como el Riquelme de Carlos Paz pero no soy el único.

La cosa es que me volvieron a llamar para que demuestre mis dotes artísticas y una vez que se plantó el Mono Lito (la estatua de mi padre) en el Centro, había que armar algo para meter enfrente a la Caminera, sobre la San Martín.

“A mi juego me llamaron”, pensé y como hice un curso de escultura para repostería me puse a armar el muñequito siguiendo el estilo de las tortas de casamiento o de trofeo de football.

Y de quién iba a ser el busto de bronce si no del mismísimo Estebanísimo, el Number ONE de todos los Number ONE.

Me puse con todo, armé , desarmé, construí, rompí y volví a empezar hasta que me acordé de una cosa.

En una de las mejores temporadas que haya cubierto espectáculos junto a mis grandes amigos Lumumba y Pocho, fui a ver el espectáculo del teatro Coral, ese en el que entrabas como en una catacumba y no sabía si salías. Allí actuó la gran Coca Sarli y yo volví a enamorarme de sus curvas por enésima vez. Bue, en ese sitio actuó también mi amigo Palito Ortega y Estebanísimo se sentó en primera fila porque es su fan Number ONE.

Entonces volví sobre mis paso al estilo Jean Carlos y “de reversa, mami” para moldear con mis manos de mono la escultura de Estebanísimo con el cuerpo de Palito, mi gran amigo.

Otro amigo del que me acabo de acordar es Peteco Carabajal, gran poeta de la canción. Él escribió para mí la hermosa pieza: Las manos de mi mono.
“Las manos de mi mono parecen pájaros en el aire”, etc, etc.

Bueno, la cosa es que cuando estuvo lista la estatua, el bronce de Estebanísimo, me llamaron de Cultura para decirme que ya estaba, que habían decidido otra cosa y que no necesitaban de mí.

No saben el rosario de improperios, epítetos, epígrafes, epítemas y otros epis que les proferí a esos desclasados imberbes e impertinentes.

La cosa es que a la estatua la mandé a Parque Síquiman para que acompañe al Burrito Gigante que tampoco fue querido por los carlospacenses de pura cepa.

Este Mono siempre va estar para lo que Estebanísimo necesite, aunque el que se va sin que lo llamen, la madre en coche.