El filósofo alemán Peter Sloterdijk define a una nación como un colectivo que consigue mantener la inquietud común, con cuerpos políticos y sociedades como campos de fuerzas constituidos por el estrés. De ahí la importancia de los medios alimentando esa locura con producción de coherencia (sentimentalismo y miedo).
El domingo ganó Cambiemos en un país que no cree en ninguna institución, menos que menos en el estado, aunque a esta última le pide eficiencia más que sentido, plebiscitando diariamente preocupación e insatisfacción, algo que entendió la ola amarilla con su maquinaria de CRM. Es que el Pro funciona como un Falabella, conoce cada paso de su cliente respirándole en la nuca como la cámara de los hermanos Dardenne (el hijo, el niño).
Una marca al igual que un partido político y una sociedad es la suma, entre otros valores, de liderazgo e identidad, algo que dejo de pasar en el peronismo y en el radicalismo, dos crónicas de muerte anunciadas. El primero dejó de estar cerca de la gente (el Pro le mojó la oreja con su timbreo, aunque éste sea make up) y el segundo se sacó el blazer para servirle de cadete más que de cabeza.
Sin oposición
Lo que debería preocupar del domingo es la aniquilación de la oposición: la construcción de un ring sin rival presupone una lucha con el cualquiera más vencible de todos, un partido de tenis donde solo hay que pensar en los errores no forzados para una buena performance.
Volviendo a Sloterdojk, una sociedad exaltada da siempre lo mejor de sí, el domingo ganó una fuerza que eligió como target la juventud que aún no logró seducir: el Pro sigue siendo un partido de viejos con narrativa joven, quizás sea el momento de una izquierda madura de una vez por todas.