Marcos Díaz Videla junto a Dalma y Gianinna
Recientemente se publicó el libro “No te metas con los perrhijos”, donde se exploran los distintos aspectos que hacen al vínculo estrecho que establecemos con los animales de compañía.
Está basado en más de una década de investigación y divulgación científica que su autor llevó adelante en el área que interroga en cómo los custodios de animales llegan a construir una identidad parental con éstos, mientras ilustra los datos con pasajes narrativos con sus propios perros.
El autor tiene tres que demuestran su fanatismo: Dalma, Gianinna y Diego Jr. Dalmita, lamentablemente falleció hace dos años y hoy comparte sus días con sus otros perrhijos.
Si bien el sentimiento de familia humano-animal es espontáneo, tradicionalmente ha sido cuestionado y patologizado.
Afortunadamente, hoy los trabajos académicos evidencian que trasciende la esfera doméstica, que se encuentra en aspectos primitivos de la humanidad y que se sustenta en una predisposición basada en sentimientos nobles que nos llevan a proteger y amar.
 

Un autor, una historia 

Marcos Díaz Videla, es un psicólogo y docente universitario con un doctorado (PhD) por su investigación sobre el vínculo con animales, es autor de “Antrozoología y la relación humano-perro” y es un referente académico en el estudio de las interacciones humano-animal.
Según destaca el autor en su nuevo libro “No te metas con los perrhijos”, si bien en la mayoría de las culturas modernas los animales de compañía se han convertido en una característica siempre presente en la vida familiar, tradicionalmente se ha desalentado la investigación acerca de la naturaleza de este fenómeno y de los intensos vínculos que las personas solemos establecer con nuestros compañeros animales.
Sucede que en nuestra cultura existe desde hace tiempo una propensión a trivializar o denigrar el vínculo humano-animal, y por consiguiente la práctica humana de tener mascotas. Se ha propuesto que estas son simplemente sustitutos humanos, que son innecesarias y antieconómicas, o que su tenencia se explica como una condición patológica por desviación de respuestas parentales a animales de aspecto joven y dependiente.
Basada en la investigación científica, una visión alternativa propone que lejos de ser pervertidos, extravagantes o víctimas de instintos paternales mal dirigidos, la mayoría de los dueños de las mascotas son personas normales y racionales que hacen uso de los animales para aumentar sus relaciones sociales existentes y así mejorar su bienestar físico y psicológico.
“No te metas con los perrhijos”, donde se exploran los distintos aspectos que hacen al vínculo estrecho que establecemos con los animales de compañía.
Este libro se basa en el surgimiento de la antrozoología (el estudio científico de las interacciones y vínculos humano-animal) para abordar, de manera clara y entretenida, múltiples interrogantes ligados a la relación afectiva que la mayor parte de los tenedores de animales establecemos con ellos. Esta relación, lejos de poder conceptualizarse como otras formas de posesión o de un intento de reproducción de vínculos humanos, cuenta con características particulares que le otorgan legitimidad y que tienden a ubicarla en un terreno parental, haciendo de su estudio un área novedosa e intrigante.
– ¿Cómo nace la idea de divulgar mediante un libro la relación que entablan los humanos con sus mascotas?
-Yo soy psicólogo y me dedico a investigar sobre el vínculo entre las personas y sus animales. Hace unos años empecé a escribir una sección sobre esto para una revista destinada a público general. Un día me topé con una entrevista a un académico que afirmaba que considerar a los animales como hijos era un indicador de trastornos mentales humanos. En ese momento lo contacté y tuve un intercambio con él preguntándole si podía fundamentar esa afirmación, cosa que no pudo hacer. Sin embargo, esa noticia había sido viralizada, desvalorizando vínculos sanos que benefician a muchas personas y animales. Entonces, decidí publicar una réplica que se tituló: “No te metas con los perrhijos”. Hoy mi último libro lleva ese título, retoma muchas de esas columnas y se propone dar legitimidad al modo en que llegamos a cuidar y querer a nuestros animales.
-¿Los perros realmente se parecen a sus dueños?
-Está demostrado científicamente, y es tanto en personalidad como en aspecto físico. Humanos responsables tienen perros más receptivos al adiestramiento, humanos más amables tienen perros menos agresivos, humanos extrovertidos tienen perros más sociables y humanos más inestables emocionalmente tienen animales más asustadizos, ansiosos y menos equilibrados. En parte esto se explica porque las actividades y entornos compartidos influyen en sus personalidades. Por ejemplo, tutores extrovertidos pueden llevar a sus perros a eventos sociales, lo que a su vez puede socializarlos con los humanos (y hacerlos menos agresivos). Respecto del parecido físico, se demostró que este se podía explicar mayormente por un efecto de selección.  Es decir, que las personas elegimos de manera inconsciente animales que se nos parecen, considerando fundamentalmente la región de los ojos.
 –¿Sustituyen la tenencia de hijos?
-¡Claro que no! Permiten desplegar una predisposición humana innata a ser cuidadores, pero hay aspectos de la vinculación que son marcadamente diferentes. Pensemos que más del 99% de nuestra evolución como especie la tuvimos en grupos sociales prehistóricos donde la crianza no solo era llevada a cabo por los padres. Esta tendencia parental que excede a la propia descendencia nos ayudó a vivir en grupos desde entonces. Y esto es lo que desplegamos con nuestros animales. Ahora bien, toda forma de relación tiene solapamientos con otras y tiene particularidades. El vínculo con nuestros animales comparte prácticas parentales del cuidado de hijos. Esto sucede, tengas hijos o no. Y luego, también hay particularidades, como la constancia, aceptación y el apoyo emocional que derivamos y que tiene formas específicas con nuestros animales. Por ejemplo, a nuestros animales no los preparamos para la vida autónoma, ni los pensamos en un sentido de transcendencia. De hecho, somos plenamente conscientes de que su expectativa de vida es mucho menor y anticipamos con preocupación el momento en que tengamos que despedirnos de ellos. De lo que se trata, simplemente, es de desplegar funciones de cuidado, educación y afectivas que tienen similitudes, siendo conscientes de que también hay diferencias.
Marcos Díaz Videla Con Diego
-¿Tener perrhijos es señal de trastorno mental?
-No, y de hecho afirmar algo semejante no se sustenta en otra cosa más que en prejuicio descalificatorio. Para diagnosticar en salud mental, se usa el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). Ahí se especifican 216 categorías de trastornos mentales, y ninguna tiene como indicador a los perrhijos, la humanización, ni el afecto hacia los animales. Además, por definición, un trastorno mental es un patrón de conducta y pensamiento, que se aparta marcadamente de lo esperable para ese individuo en esa cultura, y que provoca malestar y disfuncionalidad (problemas laborales, en las relaciones sociales, etc.). Y esto no condice con lo que sucede en la práctica con los perrhijos. En la cultura occidental actual, pensarnos como padres de nuestros animales de compañía es normal e, incluso, está socialmente aceptado. Por ejemplo, en donde vivo, Ciudad de Buenos Aires, recientemente se estimó que tenemos 490.000 perros de compañía y solo 397.600 niños menores de 10 años. Y en mi estudio, el 60% de los custodios de perros indicó considerar que sus animales eran como hijos para ellos. De modo que si esto es lo más frecuente, no se aparta de la esperable y no puede considerarse indicador de trastorno mental.

Los beneficios de la relación con los animales

Para el autor, los trastornos mentales tienen consecuencias negativas para las personas.
“La mayor parte de los estudios sobre la cuestión muestran que las personas reciben beneficios fisiológicos de la relación con sus animales, como disminución de parámetros de estrés e incrementos en la realización de actividad física, así como algunos beneficios psicológicos, como mejoras en estado de ánimo, sentimientos de seguridad y autoestima”.
Y  planteó: “No es lógico afirmar que una conducta (tener perrhijos) que es estadísticamente normal, que aporta bienestar y mejora las interacciones sociales, sea considerada un indicador de un trastorno mental”.