Cuando era sólo una niña, Gerónima Martínez, quien hoy tiene 46 años, fue traída a Córdoba desde su Paraguay natal con la idea de permanecer sólo dos meses, para ayudar a una anciana que necesitaba hacer un viaje en compañía de alguien joven que la asistiera.
La madre de Gerónima la había dejado trasladarse a Argentina, porque confiaba en la persona a quien la niña debía hacerle el favor, pero tiempo después se arrepintió de la decisión. Su hija pudo regresar al pueblo después de 10 largos años, gracias a la ayuda de un grupo de cordobeses.
En Córdoba capital, la hicieron trabajar como criada durante cinco años sin su consentimiento y el de su familia, lo cual impedía su regreso tras haber falsificado su documento, vulnerando sus derechos de niña y ciudadana.
Sin embargo, debido a la contención de un grupo de personas que vieron en ella la capacidad para enseñar Guaraní, su lengua materna, Gerónima pudo salir adelante de a poco, y reconstruir su vida. Actualmente, es profesora de ese idioma en el ICA (Instituto de Culturas Aborígenes), ubicado en Barrio Alberdi de Córdoba, antiguo Pueblo de la Toma, donde estuvieron asentados los Comechingones, pueblo originario de estas tierras.
Pero ¿qué pasó con Gerónima? Una vez en Asunción, la mujer que había solicitado su compañía, falsificó su identidad, haciéndola pasar como una nieta de la abuela y como su sobrina. Después la obligaron a trabajar en su casa como empleada doméstica sin ofrecerle retribución económica, siendo aún una niña, con la excusa de ayudarla y sacarla de la pobreza.
“Yo era oriunda de Jakare Pytâ, un pequeño poblado de Paraguay, que hasta hace poco se llamó así. Significa lagarto rojo, y queda pasando el río Paraná. Un detalle que quiero aclarar, es que para el pueblo Guaraní, y su cultura, no existen las fronteras ni los estados. Constituyen una nación que abarca la mayor parte de Sudamérica”, fueron las primeras palabras de Gerónima sobre su origen, en entrevista para Carlos Paz Vivo!
Un viaje sin boleto de regreso
“Llegué a Córdoba en 1983 como compañía de una abuela que venía a visitar a su hija en la ciudad capital. Venía por dos meses. Su hija fue hasta mi casa, a Jakare Pytâ, en busca de una persona que pudiera asistir a su mamá de 87 años en el viaje, sobre todo, el de regreso”, contó la mujer, sobre las intenciones de una estadía que sería por poco tiempo.
Gerónima aclaró que su mamá conocía personalmente a la abuela y a su hija, motivo por el cual permitió el viaje. “Tenía sólo 10 años en ese momento, 9 hermanos. Mi mamá y mis hermanos mayores sostenían a todos económicamente. Mi mamá conocía a las dos mujeres, por eso accedió al pedido. Cuando vio que no volvía, para ella era imposible ir a buscarme por la condición de mi familia, porque vivíamos incomunicados en el medio del monte, muy alejados de la ciudad principal, sólo teníamos caballo y carreta para movilizarnos”.
todavía se sigue trayendo gente engañada, con la idea de que en la ciudad se está mejor. Pero la realidad es que en las ciudades vivimos oprimidos y prácticamente como esclavos del sistema
Matrato y vulneración de derechos
“Pasé a ser la sobrina de la señora que tenía su casa en Córdoba. Me quedé con ella durante 5 años. La abuela se volvió a mi pueblo, pero yo no. Me dejó con su hija para que la ayude en los quehaceres de la casa. Esto tiene que ver con la idea de que nosotros somos pobres y que nos tienen que ayudar”, descargó.
Durante esos cinco años, la familia aplicaba castigos severos si Gerónima no obedecía las órdenes que se le daban; estos consistían en dormir en la calle.
“Tuve una situación límite, me agarró la desesperación y decidí ir a ver unos conocidos que vivían en otro barrio. Esa familia me abrió las puertas, me ayudó y comenzamos a hacer tramitaciones sobre mi identidad, para que además pudiera quedarme a vivir con ellos. Tomaron mi guarda judicial, y luego, hasta los 21 años, viví con diferentes familias porque yo también tenía mi carácter, iba a tribunales y pedía por otra familia”, relató sobre su compleja situación legal.
Luego, destacó: “Me quiero detener en esta idea de que nosotros en el monte vivimos libres y con mucha simpleza, porque éste nos da todo. Comemos de lo que sembramos y pescamos, de lo que recolectamos. Muchos hacemos artesanías y otros trabajos con las manos. Es decir, a simple vista no tenemos riquezas o grandes comodidades, pero lo más importante que tenemos es nuestra libertad, que es nuestro modo de ser, poder ser lo que somos, tiene que ver con lo colectivo, la relación con la tierra, y el otro ser”, explicó para desterrar el concepto de que los habitantes rurales necesitan siempre la ayuda de otros.
Vida y contención en Córdoba
A pesar de la situación por la que la mujer tuvo que atravesar siendo sólo una niña, reconoce que en Córdoba tuvo mucha suerte. Allí también conoció a personas que se solidarizaron con ella, y su situación.
“Muchos me ofrecieron su casa, me ayudaron a salir adelante. Mi situación legal era complicada. Hice la primaria en un centro de educación para adultos, terminé en dos años, y después en tres años hice la secundaria.”, contó Gerónima.
Tras finalizar sus estudios secundarios, en 1992, conoció a un grupo de personas que la invitaron a compartir su experiencia de vida como guaraní y como inmigrante.
“Al llegar a Córdoba, era monolingüe, guaraní. Eso hizo que en las charlas, yo pudiera ofrecer la sabiduría de mi pueblo. Comencé en principios con una escuelita de lenguas por insistencia de la gente que quería aprender más sobre el idioma. Muchos reconocían que querían conocer la lengua de sus abuelos, así fue como empecé a difundir mi lengua”, recordó.
hasta los 21 años viví con diferentes familias porque yo también tenía mi carácter, iba a tribunales y pedía por otra familia
De inmigrante forzada a Profesora de Guaraní
Con el paso del tiempo, junto a la gente que la convocó, constituyeron el ICA, donde comenzaron a formar técnicos en lengua y culturas originarias en Guaraní, Quechua y Mapudungun, lengua mapuche de los habitantes primitivos de la cordillera chilena y argentina.
“En el Instituto hoy formamos a docentes en música, historia, antropología, y maestros de nivel primario, con orientación en lenguas y culturas originarias, con el compromiso por el fortalecimiento de nuestra identidad ancestral, camino y proceso que llevamos a cabo todos, muy firmemente”, resaltó Gerónima con orgullo, en relación a lo que considera su mayor logro a nivel colectivo.
Regreso a Paraguay y un nuevo despertar
Recién al cumplir 20 años, Gerónima Martínez pudo regresar a su pueblo natal, a su hogar.
“Necesitaba volver a mi casa, si bien había decidido quedarme en Córdoba por la contención que encontré de algunas personas y por el surgimiento del Instituto de Cultura Aborigen, que también me acogió. Me quedé en Córdoba porque encontré mi lugar junto a ellos, donde podía ser quien soy, valoraban mi identidad”, relató la mujer.
Aunque ésta parece una historia de otro tiempo, la usurpación de la identidad de Gerónima por parte de la familia cordobesa, cuando tenía 10 años, es un claro ejemplo de trata de personas, de esclavitud moderna que aún persiste en algunas sociedades.
“A principios de los 80’, todavía el tema de la trata de personas era común porque todavía la coyuntura política lo permitía, no olvidemos las dictaduras en toda Latinoamérica. Tampoco se habían proclamado a nivel internacional los derechos de los niños, niñas y adolescentes y no había tantos controles. Igualmente, todavía se sigue trayendo gente engañada, con la idea de que en la ciudad se está mejor. Pero la realidad es que en las ciudades vivimos oprimidos y prácticamente como esclavos del sistema”, reflexionó.
Gerómina no solo logró ser profesora de Guaraní del Instituto de Culturas Aborígenes de Córdoba, sino formar una familia compuesta por su compañero guaraní y sus cuatro hijos, a los cuales les sigue transmitiendo los valores y costumbres de su cultura ancestral.