Por Fernando Agüero. Después de meses de calles vacías, de comercios cerrados o con horarios restringidos, tanto en Carlos Paz como en el resto de las ciudades turísticas de Córdoba se respira un aire de esperanza, de libertad por venir.
La pandemia de coronavirus sigue en Argentina y en el mundo. Si bien los números “se amesetaron” y la cantidad de muertos muestra una tendencia en baja en el país, la realidad dice que hay que seguir cuidándose y respetar ciertas normas que la nueva normalidad impone.
En medio de tantas normas, de marchas y contramarchas, de un aislamiento que provocó agobio, de aulas vacías, de teatros con las marquesinas apagadas, ocurrieron hechos que parecen extraídos de una novela de ciencia ficción.
Jaques Lacán habla de lo real como “todo aquello que tiene una presencia y existencia propias y es no-representable. Lo que no podemos pensar, imaginar o representar, es decir, lo inconceptualizable, lo que no se puede poner en la palabra o en el lenguaje, constituyendo un indeterminado incontrolable”. Lo real, en este caso, difiere de lo que entendemos como realidad.
Y ocurre que si pensamos en ese padre que tuvo que caminar cinco kilómetros trasladando a su hija en brazos para sortear un control vehícular en Termas de Río Hondo (Santiago), no podemos entender en qué momento fue que la falta de razón perdió todo su terreno frente a medidas del aparato coercitivo que a la hora de implementarse lo que justamente nunca tienen es eso, razonabilidad. O podemos pensar en el papá de Solange, que no pudo despedirse de ella antes de morir, o en una persecución policial que se originó en un retén que intentaba hacer cumplir la restricción horaria de circulación y terminó en tragedia, también en Santiago del Estero, y ocasionó la muerte de una joven de 19 años. Y los casos de este tipo son incontables.
Las sensaciones se contraponen. La pandemia existe y sigue. La necesidad de que haya una apertura y que la gente pueda trabajar y llevar el pan a la casa, también es palpable en localidades como Carlos Paz, donde el turismo no es solo la principal fuente de ingresos sino casi la única.
La alegría es entendible como también lo son el temor y las advertencias que llegan desde un equipo de salud agobiado y desbordado.
Albert Camús deja algunas cosas en claro en su novela La Peste, una de las obras literarias más citadas desde marzo a esta parte. Y dice así:
“Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría
está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se
puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.