Por Alejandro Barbeito. Con el Diego tuve dos encuentros, aunque él no se haya enterado. El primero fue allá por el ’81, si mal no recuerdo, cuando Boca vino a jugar con Instituto al viejo Chateau Carreras. !Nos pegó un baile!, él solo. Le hizo un gol de sombrerito al loco Munutti, un relaje.
Yo estaba en la platea indio de bronca. Cuando los jugadores se iban de la cancha le tiré al 10 con El Gráfico. La revista fue aleteando con sus hojas al viento, cayendo lentamente, zigzagueante, como queriendo esquivar la leyenda que se comenzaba a escribir en sus páginas.
El otro encuentro fue cuando Maradona vino a hacer un retiro saludable al hotel de Icho Cruz. Justo se estaba corriendo una fecha del Rally Mundial y ese día se hacía la conferencia de prensa. Asistí de colado nomás, con la ilusión de poder verlo. Me quedé afuera de la sala, con una máquina de fotos, esperando con ilusión.
La gente iba y venía, periodistas y figurones de aquí para allá. Fue un instante, no sé cómo explicarlo. Que aparezca Maradona y que nadie lo vea. Venía caminando por el pasillo pero todos estaban con la cabeza en la carrera, salvo yo. Levanté la cámara con apuro y nerviosismo y comencé a disparar. El Diego estaba a dos metros de frente, era una estampita, solo para mí. Gatillé y gatillé…y gatillé. Pero la máquina recién hizo click cuando el 10 ya había pasado. Me quedé con una foto de Diego de espaldas.
Siempre le adjudiqué el yerro a la tecnología y a mi ineptitud, hasta me identificaba con ese personaje de Capusotto que tiene anécdotas intrascendentes con Maradona. Pero hoy, cuando el periodista dijo con voz temblorosa lo que nadie quería escuchar, sentí que ese Gráfico y esa foto tomaban sentido.