En total, unos 48,7 millones de personas -más de 1,6 millones residentes en el extranjero- conforman el padrón electoral de estos comicios, que se desarrollarán entre las 8 y las 19 horas (3 y 16 horas en la Argentina) y que se estima se terminarán definiendo en la segunda vuelta del próximo 24 de abril, ya que ninguno de los 12 candidatos participantes obtendría la mayoría absoluta.
Al igual que en las presidenciales de 2017, las encuestas prevén una segunda vuelta entre Macron y Le Pen, aunque esta vez la distancia entre ambos de cara al balotaje se ha reducido drásticamente en la recta final de la campaña.
Los 33,2 puntos porcentuales de ventaja que obtuvo entonces el gobernante se redujeron cinco años más tarde a seis puntos, por lo que nada está definido aún.
De hecho, el candidato de izquierda Jean-Luc Mélenchon podría incluso dar la sorpresa y alcanzar la segunda vuelta, algo “técnicamente posible, pero políticamente improbable”, según dijo a Télam el director de la socialdemócrata Fundación Jean-Jaures, Gilles Finchelstein.
En cambio, el aspirante de extrema de derecha Éric Zemmour, quien durante meses logró imponer a la inmigración y la seguridad en el centro del debate electoral y llegó incluso a ser el segundo en intención de voto en los sondeos, quedó finalmente relegado en la carrera presidencial, con un pronóstico de 9% de los sufragios.
El Partido Socialista (PS) y el conservador Los Republicanos (LR), que se alternaron en el gobierno antes de la llegada de Macron, no superarían el 2 y 9% respectivamente y quedarían fuera del balotaje por segunda vez consecutiva.
Pero la ganadora indiscutida de esta primera vuelta en todas las encuestas es la abstención, que se espera sea récord y hasta sobrepase el 30%, algo inédito en la historia del país, en el que el voto es voluntario.
“Si supera el 30% sería un verdadero problema para la dirección del país en los próximos años. Crearía un malestar y daría más argumentos a los franceses para oponerse a las reformas que quieran proponerles”, advirtió a Télam el analista político Jérome Sainte-Marie.
Los especialistas atribuyen este descenso en la participación electoral al poco interés que suscitan estos comicios, en los que la probable repetición del duelo entre Macron y Le Pen y una oferta de candidatos bastante similar a la de 2017 parece no movilizar a los votantes.
“Hay un sentimiento bastante compartido entre los franceses de que finalmente, sea cual sea resultado electoral, nada va a cambiar mucho para ellos”, expresó a Télam Bernard Dolez, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad París 1 Panteón-Sorbona.
De acuerdo a un informe reciente de la consultora Ipsos, las principales razones de esta abstención son la falta de novedad de los programas electorales y la impresión que las elecciones ya están definidas de antemano (ambas referidas por 24% de los consultados), el hecho de que los candidatos no hablen lo suficiente de los temas que preocupan (21%) y que ninguno esté a la altura del cargo (19%).
“El interés está 10 puntos por debajo del de una elección presidencial clásica”, destacó, por su parte, Finchelstein, quien consideró que el país vive un clima electoral “extraño” porque es una elección que se da en un contexto “muy particular”.
“Tuvimos una campaña electoral que se vio perjudicada en gran medida por las secuelas de la pandemia y luego por la guerra en Ucrania”, añadió.
Esta situación eclipsó el debate entre los candidatos y benefició en un principio al presidente, quien reforzó su imagen como gestor de crisis.
Sin embargo, con la cercanía de los comicios y las primeras repercusiones económicas del conflicto ucraniano en el bolsillo de la población, terminó imponiéndose la temática del poder adquisitivo, que, según los sondeos, es la principal preocupación de los franceses, que sufrieron un encarecimiento de los productos cotidianos, en especial de la nafta.
Este nuevo contexto favoreció a Le Pen, quien hizo del poder adquisitivo su caballo de batalla electoral, y perjudicó a Macron, cuyo programa fue criticado por proponer un aumento de la edad jubilatoria de 62 a 65 años y querer imponer condiciones de actividad a los beneficiarios de planes sociales.
A estas dos medidas poco populares, se sumó una reciente polémica por el uso excesivo de consultoras durante su Gobierno, que reforzó la impresión de que es el “presidente de los ricos” y lo distanció de las inquietudes cotidianas de los franceses.
De ahí, los numerosos guiños que hizo en sus últimos actos a las clases populares, cuyo distanciamiento creciente con el mandatario suponen el “talón de Aquiles” y la “mayor debilidad” de Macron, según Sainte-Marie.
“Muchos franceses tienen una imagen detestable del presidente. Más por lo que representa que por lo que hace, es decir, una Francia a sus ojos demasiado optimista y cómoda que contrasta con las fuertes dificultades financieras y sociales que atraviesan”, sentenció.
Ante este escenario complejo, el responsable de la Fundación Jean-Jaures alertó que el país vive en una democracia “en estado gaseoso”, donde la volatibilidad es muy fuerte y los electores pueden cambiar de candidato o renunciar incluso al voto en cualquier momento. “Todavía hay muchas incertitudes”, remató.