Darío Fabián Hernández tiene 56 años y cuando se retiró del Ejército Argentino eligió a Carlos Paz como su lugar en el mundo. Compró un terreno en barrio La Loma, recientemente anexado al ejido de la ciudad, y edificó su casa con los ahorros de toda una vida. Con su mujer, decidieron que de a poco se irán mudando a esta ciudad para dejar la provincia de Santa Cruz, su último destino como militar.
Este sábado cumplió con un compromiso asumido para conocer a los Veteranos de Malvinas de Carlos Paz y la región y después de almorzar con un grupo de exsoldados llegó a la casa para dejar algunas cosas y salió raudamente hacia una reunión con los vecinos de su barrio. En el apuro, dejó abierta un ventiluz del baño y, por un problema eléctrico de la casa, decidió no activar las alarmas.
Cuando volvió de la reunión se dio con que habían entrado tras romper un alambrado y se llevaron los cuatro objetos más valiosos de su vida: las condecoraciones que recibió como héroe de Malvinas.
Es un héroe de Malvinas y le robaron sus condecoraciones en su casa de Carlos Paz
La emoción por el recuerdo
Hace poco tiempo, Darío editó un libro en el que rememora todo lo vivido en el conflicto bélico que enfrentó a Argentina con Gran Bretaña por la soberanía de las Islas Malvinas. “Lo quise hacer porque me cuesta mucho hablar del tema con mi familia y quería dejarles ese legado, que sepan lo que viví”, dice.
Darío es rosarino pero su carrera como militar lo llevó a recorrer varios puntos del país, según el destino que le asignaran. Cuando terminó de cursar la carrera de suboficial del Ejército, en 1982, tenía 17 años y fue alistado como cabo para ir al combate como jefe de grupo. Tenía a cargo soldados que tenían uno o dos años más que él.
El 28 de mayo de 1982 se produjo el combate de Darwin, uno de los más sangrientos de la guerra y el que le daría punto final al conflicto con la rendición de las fuerzas militares argentinas.
“Desde la mañana hubo combates todo el tiempo hasta que, por momentos, el fuego cesaba”, cuenta. “Yo estaba en un pozo de zorro con mi grupo y la sección de Exploración había retrocedido hasta llegar a un sitio cercano al nuestro. En un momento escuchamos gritos desgarradores y yo salí cuerpo tierra a auxiliar al soldado que estaba herido y los ingleses abrieron fuego de morteros. Las esquirlas me hirieron las dos piernas y mataron al soldado al que fui a rescatar”, relata.
En la rendición, Darío caminó junto a sus compañeros con las piernas teñidas de sangre por las heridas de las esquirlas. En un momento se desmayó y fue trasladado hasta un hospital de campaña donde lo operaron médicos del ejército inglés. El 4 de junio lo subieron al buque inglés Camberra, donde volvieron a curarle las heridas, y allí permaneció hasta el 19 de junio en que volvió a pisar suelo argentino.
El lugar del descanso
Después de años de carrera militar, en los que uno de los destinos que tuvo fue Córdoba, Darío Hernández decidió con su esposa que Carlos Paz sería el lugar para transitar el tiempo del descanso. “Nuestra idea es vender la casa en Santa Cruz para instalarnos acá donde encontramos nuestro lugar en el mundo”, dice mientras mira por el ventanal de su casa una postal nocturna del lago reflejando las luces de la ciudad.
“Invertimos todos nuestros ahorros para esta casa”, dice Darío.
El sábado, por un problema con el sistema eléctrico, decidió no activar el sistema de cámaras y salió hacia la reunión del barrio. Cuando volvió, se topó con que desconocidos habían entrado a la casa y le llevaron objetos de valor, dinero, y lo que más amaba, las condecoraciones de guerra.
“Se llevaron una notebook en la que tengo cosas importantes de mi vida, fotos y documentos, el dinero que tenía para pagarles a los albañiles, y las cuatro condecoraciones”, afirma y se le quiebra la voz en el último párrafo.
Darío Hernández recibió la medalla del Congreso de la Nación para los héroes de Malvinas, otra del Ejército Argentino por sus heridas en la batalla de Darwin; una tercera condecoración de la Provincia de Santa Cruz y otra de la provincia de Santa Fe, en la que nació.
“Era algo que les quería dejar a mis hijos y a mis nietos”, exclama y agrega: “Quería que les quedara algún legado. Escribí un libro más que nada para que ellos conozcan mi historia, lo que viví en la guerra ya que con mi familia nunca pude hablar del tema”.
El libro se titula “Cicatrices del cuerpo, heridas del alma”. “Las heridas del alma son las que siguen abiertas”, dice.
Ahora, su único anhelo es que aparezcan sus medallas. “Perdí un montón de cosas, pero lo que más quiero es recuperar las condecoraciones”, asegura.