Para mí, mi hermano es Lalo. Para otros, el padre Eduardo, o Ph. Ed. Tiene 59 años, me lleva 11 y siempre fue un ejemplo a seguir, una voz a la que escuchar. Cuando había cumplido los 20, decidió que quería ser sacerdote católico y así fue. Lo hago breve. Se ordenó en 1987 y a los pocos meses partió como misionero a Filipinas, país en el que permaneció durante más de 20 años. Habla inglés, los dialectos filipinos tagalo y cebuano, italiano, y ahora, chino mandarín y estudia cantonés. Es que hace 8 años, Lalo decidió formar parte de la misión de su congregación (los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús o dehonianos) en China. Hace unos días, le pedí al cura familiar que me envíe un texto sobre cómo atravesó el periodo más difícil de la cuarentena en Macao, la isla en la que vive.
Y aquí está la historia:
“Llegué de mis vacaciones en Argentina a Macao el 22 de enero de este año, justo un día después de que se declarara oficialmente en China la amenaza del coronavirus, que como se sabe, se venía incubando desde fines del año pasado.
El 27 de enero comenzó nuestra reunión anual con la presencia de nuestros sacerdotes de Beijing, Hong Kong y Macao, más un delegado de Roma y otro de Filipinas. La situación entonces estaba más clara: se dispuso el aislamiento de Wuhan y los números de infectados y muertos por la enfermedad comenzaron a aparecer cada vez más sorprendentes. Fue providencial que los curas de Beijing se encontraran en Macao justo en ese tiempo.
Después de la reunión, el 1 de febrero, el padre Delio Ruiz (también argentino) volvió a Manila. El día siguiente yo tenía el mismo vuelo para esa ciudad. Justo ese día murió el primer filipino afectado por el corona virus y cancelaron todos los vuelos. Un amigo filipino que debía viajar conmigo en ese vuelo recién lo pudo hacer este 7 de marzo. Yo tuve que cancelarlo definitivamente porque no soy filipino. Todavía no abrieron los vuelos desde aquí para los extranjeros.
De todos modos, en Macao, las autoridades actuaron con celeridad y responsabilidad. Cerraron las fronteras con China y decretaron un aislamiento total de todos los habitantes de esta ciudad que tiene una densidad impresionante: 670 mil personas en una superficie de solo 33 kilómetros cuadrados. Esta ciudad es llamada “Las Vegas de Asia” porque es la única en China que tiene el permiso operar casinos. En una industria lúdica que es 7 veces mayor a la de Las Vegas ocurrió algo impensable: todos los casinos, muchos de los cuales además son hoteles y shopping centers, cerraron por dos semanas. Hace un par de semanas reabrieron, pero los turistas no están.
Cerraron todas las escuelas y universidades hasta el día de hoy. Yo estoy dando clases on line en la Saint Joseph´s University y creo que será así por el resto del semestre. Las misas fueron suspendidas en todas las iglesias. Se hace una transmisión por Internet de las celebraciones en tres idiomas (cantonés, portugués e inglés). La semana pasada comenzaron las misas semanales en algunas parroquias. Las dominicales siguen sólo on line para evitar el amontonamiento de gente. Los católicos chinos de Macao son una minoría, pero se pudo apreciar que muchos se conectan para seguir las celebraciones por Internet, a veces más de 7000.
Hasta la semana pasada sólo habíamos tenido 10 infectados y ya se recuperaron y volvieron a sus casas. Ahora tenemos casos importados de Europa. Parece que nos están devolviendo el virus. De todos modos, es admirable la disciplina de esta gente y la insistencia de las autoridades en mantener la distancia. Un domingo salí a caminar y a sacar fotos y encontré a unos viejitos jugando al ajedrez en las escaleras de un templo budista, me senté a comer mi sándwich y justo llegó la policía que nos mandó a todos a casa y el templo quedó desierto. Entonces, todos los parques y plazas (aquí hay muchos) estaban cerrados.
Hoy la vida poco a poco vuelve a la normalidad. Aunque falten los turistas, se ve más gente en las calles, el transporte público es normal y todos parecen más tranquilos, aunque se sigan con algunas precauciones. No se puede entrar a lugares públicos ni a los colectivos sin barbijo. Además, se toma la temperatura a todos los que quieran entrar en un shopping center, en el correo o en cualquier oficina pública.
La gente está conforme con el servicio del gobierno porque logró controlar la amenaza de este virus, mientras que, en la hermana mayor de Macao, Hong Kong, las cosas están todavía en un estado crítico.
Hay más tranquilidad también porque las noticias que llegan de China son alentadoras. Finalmente, se ha logrado aislar al lugar del epicentro del virus y allí parece que los casos van disminuyendo.
El coronavirus tiene algunos efectos positivos también. La contaminación ambiental bajó abruptamente en las grandes urbes chinas. Hoy se puede gozar de un cielo azul y límpido en ciudades como Beijing y Shanghái. La familia ha encontrado un tiempo de reencuentro en una cultura donde el trabajo y la escuela consumen la mayor parte del tiempo y esfuerzo todos sus miembros.
Nosotros somos una comunidad religiosa bastante activa aquí en Macao. En este tiempo podemos compartir más, rezar más, leer y estudiar. En mi caso, me ayudó a preparar mejor mis clases, a aprender a enseñar a distancia, a practicar mi mandarín y hasta pude estudiar hebreo bíblico. El padre Daniel, un brasileño, pudo terminar de escribir su tesis de licenciatura.
Mi preocupación ahora es por mi familia y por Argentina donde la una pandemia como esta puede colapsar el sistema de la salud y afectar mucho a los más pobres. Considero oportunas las medidas de aislamiento establecidas por el Gobierno, aunque sé que hay gente que depende changas y de lo que pueda vender en la calle y no sé cómo podrá sobrevivir si esta crisis se extiende por mucho tiempo.
Cuando se desató esta crisis mi hermano me preguntaba si no podría salir de Macao e ir a lugares más seguros como Italia…”
Las fotos son de mi hermano.