Por Gustavo E. Villa. ¿Cuál es la relación entre el periodismo -especializado o no- y el acceso a un derecho humano determinado? ¿Existe?
El artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) dice: “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que del mismo resulten”. Se trata de un derecho poco conocido, casi marginal en cuanto a lo que fueron, durante los últimos 70 años, las urgencias vinculadas a las sucesivas situaciones críticas por las que pasaron diversas poblaciones.
Y no se reclama lo que no se conoce: el desconocimiento de algo es equiparable a su inexistencia, al menos para quien lo ignora. Y si esa persona sujeta de derecho (un derecho al que no accede) tiene el tamaño de casi toda la humanidad, el problema es serio. Muchos de nosotros no sabemos que podemos y debemos exigir que el conocimiento científico nos beneficie.
Una de las herramientas por excelencia para develar lo que está oculto es la comunicación; y dentro de la comunicación, el periodismo es instrumento adecuado para democratizar el acceso a informaciones que pocos conocen. Es un razonamiento escandalosamente lineal: tenemos un derecho, aunque no lo sabemos, pero podemos difundirlo masivamente.
La herramienta es el periodismo. En este caso, el periodismo científico.
La hora de la ciencia como derecho
En este Siglo XXI, ciertas líneas de pensamiento económico (1) proclaman que las herramientas para dejar atrás definitivamente algunas de nuestras grandes carencias, ya están maduras; que se puede planificar de manera concreta una salida masiva de la pobreza, un acceso garantizado a la alimentación, al agua potable, al saneamiento, etc.
Sin embargo, estas necesidades básicas y derechos comparten escenario con la pandemia de Covid-19, enfermedad que demoró mucho menos de medio año en cubrir toda la superficie del planeta, que vuelve en olas que superan a las anteriores y que presenta un horizonte de libertades restringidas, de crisis y de una profunda desigualdad.
Y es allí donde queremos detenernos, en la inequidad a escala planetaria.
En un lapso razonable habrá una o varias vacunas para detener la pandemia: el conocimiento global tejió redes y científicos de todo el mundo avanzan en un proceso fascinante que no analizaremos ahora.
En un lapso largamente mayor, habrán llegado esas vacunas a miles de millones de personas. El orden, la cadencia en que lo hagan, determinará la vida o la muerte de decenas de miles en diversas naciones. Como personas sujetas de los mismos derechos, deberíamos tener las mismas posibilidades de acceder a ese beneficio, pero sabemos que no será así, que el poderío económico y/o político de los países impedirá equilibrios y que solo la cooperación internacional y el liderazgo de organismos multilaterales -siempre limitados- será lo que contrapese la balanza. Y desconocemos, insisto, -como sujeto colectivo de derechos- que podemos y debemos presionar para restablecer esa equidad, para acceder a esos cruciales beneficios de la ciencia.
El caso Uruguay
Las y los periodistas que ejercen regularmente la comunicación científica en Uruguay se cuentan con los dedos de las manos. Hay profesionales con excelente capacitación, pero no hay espacio en los viejos medios de comunicación –sumidos además en su propia crisis-, para publicaciones recurrentes sobre la generación de conocimiento en nuestro país.
Ante la pandemia, fue la comunidad científica (pequeña pero consolidada por decisiones políticas tomadas en el lustro 2005 – 2010) la que garantizó que sus saberes se transformaran en beneficios y soberanía. Cuando desde el mundo nos preguntan cómo viene trabajando nuestro país para sobrellevar la epidemia, debemos responder sin dudar que ha sido gracias a que este colectivo estuvo preparado para cuando la sociedad lo necesitó. Mujeres y hombres de la investigación, de la salud, la política y del ámbito privado articularon correctamente y los resultados -parciales aún- están a la vista.
Y hubo músculo en la comunicación para estar a la altura. No en vano en Uruguay no hay muertos o lesionados graves por incurrir en prácticas seudocientíficas -a pesar de la prédica en contrario de colectivos internacionales como el autodenominado “médicos por la verdad”-. No existió sicosis ni hastío, no hubo grandes campañas arteras -criminales- de fake news, aunque aún hay que convivir -en algunas regiones- con contagios derivados de cultos religiosos y con algo de conocimiento tradicional mal canalizado.
Profesionales de la comunicación especializada articularon desde los centros de investigación (los pocos que cuentan con áreas de comunicación consolidadas) con sus pares en los medios (escasos medios masivos cuentan con periodistas especializados, aunque se desarrollaron canales con los comunicadores generalistas) para que la gente supiera qué había y qué no; para llevar calma basada en buenas noticias que eran concretas, que no escondían ni voluntarismo ni realismo mágico. Negando una vieja afirmación del periodismo, aquí las buenas noticias son noticias (2).
El periodismo científico, emitiendo información compleja traducida a términos sencillos y comprensibles sin sacrificio de rigor, se transformó en eslabón imprescindible en la masificación de ese conocimiento. Hoy, el habitante de Uruguay goza parcialmente (3) del derecho citado al arranque de esta columna; eso es, aunque largamente insuficiente, mucho más que lo que se evidencia en gran parte del resto del mundo. Lo que Uruguay ha avanzado en este sentido se fundamentó en la participación imprescindible del periodismo -las y los periodistas especializados y también generalistas-.
Post pandemia: ciencia y soberanía
Ricardo Ehrlich, exdecano de la Facultad de Ciencias y uno de los responsables de la existencia del Institut Pasteur de Montevideo, dijo en SobreCiencia (Radio Uruguay) en mayo de este año: “El tema de la ciencia es un tema de soberanía”.
Décadas atrás, Clemente Estable había acuñado otra frase similar: “Con ciencia grande no hay país pequeño”.
¿Qué destino le esperaría a Uruguay si consiguiera extrapolar la experiencia de la pandemia al resto de las áreas claves para su desarrollo? La ciencia movida por la curiosidad, pero también la que se centra en objetivos concretos, la ciencia concebida como un sistema virtuoso y palanca del desarrollo y el bienestar de los pobladores: la ciencia como derecho y también como agente que facilita la Igualdad en todos sus términos.
Entendemos que un sistema científico virtuoso debe representarse con el esquema I+D+i+C: Investigación, Desarrollo, innovación y Comunicación. Solo cuando las cuatro letras de la sigla se desarrollan, se puede hablar de un beneficio pleno de la actividad científica. Entre la curiosidad científica y la democratización de los beneficios de esa iniciativa pueden pasar décadas, son tiempos razonables; en ese lapso, los cuatro pasos deben cumplirse y en el tránsito entre cada uno de ellos, diferentes estrategias de comunicación son necesarias.
Entonces, para que los conceptos de Estable y de Ehrlich se materialicen, es necesario potenciar a todo el sistema, incluyendo a la comunicación especializada y al periodismo científico. Por ahora, es el mejor medio que conocemos para que la información circule y se colectivice.
Este momento de empoderamiento de la ciencia en nuestro país debe ser aprovechado para favorecer todas las áreas de este sistema, incluyendo a las ciencias sociales en pie de igualdad, garantizando que los eslabones que unen a las etapas de esta cadena de transmisión de conocimiento sean sólidos, virtuosos y suficientes.
En definitiva, resulta imprescindible fortalecer a la comunicación especializada, al periodismo científico para garantizar el derecho a la ciencia, para cada uno y como herramienta de equidad (todas las equidades que hoy no existen), desarrollo y soberanía.
Referencias:
Pensadores como Rutger Bregman (holandés, autor -entre otros trabajos- de “Utopía para Realistas”) o Johan Norberg (sueco, autor de “Grandes Avances de la Humanidad – El futuro es mejor de lo que pensamos”) abonan esta corriente de pensamiento que, básicamente, sugiere que como humanidad ya tenemos acceso a todos los medios necesarios para democratizar plenamente el acceso a todos los derechos básicos.
“Las buenas noticias no son noticia” es una consigna centenaria del periodismo que propone que el público solamente se interesa en la información negativa, desechando las noticias buenas o positivas.
Decimos que goza parcialmente, ya que lo circunscribimos solamente a la dimensión sanitaria vinculada a la pandemia de la enfermedad Covid-19. Es mucho más lo que aún resta que lo que se ha colectivizado exitosamente.
(*) Gustavo Villa es un periodista oriundo de Villa Carlos Paz. Desde hace 20 años vive y ejerce en Uruguay. Corresponsable de SobreCiencia, espacio de periodismo científico (www.sobreciencia.uy – Radio Uruguay). Miembro de la Red Latinoamericana de Comunicación Científica. Miembro de la Red Argentina de Periodismo Científico (Cap. Uruguay)