En lo que va del 2020, en Argentina se registraron 97 casos de femicidios según el Observatorio de Femicidios de la Defensoría del Pueblo de la Nación. 32 de ellos se produjeron durante el Aislamiento social, preventivo y obligatorio que comenzó el 20 de marzo, por la pandemia, hasta el 26 de abril.
Un informe presentado por el colectivo Ahora que sí nos ven, detalló que de esos 32, 13 femicidios tuvieron lugar en Buenos Aires, cinco en Misiones, cuatro en Tucumán, tres en Santa Fe, uno en Córdoba y los restantes en Chaco, Río Negro, San Luis, Entre Ríos, Santiago del Estero y Santa Cruz.
Las víctimas de violencia de género, quienes perdieron sus vidas como consecuencia de la violencia machista y patriarcal, fueron asesinadas principalmente por sus parejas o ex parejas y en sus respectivos hogares. Así lo demuestran las estadísticas. El 72% de los femicidios tuvieron lugar en sus propias viviendas, y el 64% de los femicidas eran parejas o ex parejas de las mujeres que asesinaron.
El sabor amargo que nos deja el femicidio en Córdoba, reaviva la sensación de injusticia e impotencia diaria que sentimos las mujeres cuando vemos que un acto aberrante de esas características termina con la vida de otra mujer. Esta pandemia social producida por el mismo hombre, sigue ahondando la herida. Pareciera que no se habla ni se hace lo suficiente, que no se previene lo que se debiera y que el mal enquistado en la sociedad no deja de producir sus frutos podridos.
El caso de Cecilia Basaldúa, la joven de 35 años que fue violada y estrangulada en un campo en Capilla del Monte, es otro río de dolor que recorre el país y nos convoca a seguir pensando en la necesidad de fortalecer las políticas de género provinciales y nacionales, e insistir en un enfoque de reparaciones y soluciones para las mujeres, niñas y disidencias sexuales por las violaciones y abusos de los que son víctimas, tanto ellas como sus hijos, hijas y familias directas.
Cecilia era una mujer libre, a la que le gustaba viajar, que había elegido una forma de vida diferente, que escapaba a una vida con “ciertas seguridades y certezas”, sin un trabajo fijo y un domicilio establecido. Pero tener o no tener ciertas condiciones de vida, no significan absolutamente nada para el agresor que se encuentra en todos lados y siendo perfectamente consciente de lo que hace, ya que es hijo del sistema, de la sociedad que supimos conseguir.
Mujeres viviendo en contextos de “seguridad” y con baja incertidumbre respecto a distintos aspectos de la vida, resultan víctimas, aún viviendo en castillos de mármol, dado que la mayor parte de los agresores están en casa.
Otra de las cuestiones que se habló en torno al caso de Cecilia, fue que la joven había salido del lugar donde estaba viviendo provisoriamente, tras un “ataque psíquico” o algo similar. Tales fueron las palabras de una de las personas que la vio con vida por última vez. Entonces eran fuertes las versiones sobre “el caso de una mujer bohemia, que un día se volvió loca y desapareció”.
Pero resulta que, luego, tras hallarse su cadáver, un joven de 23 años que aparentemente había ayudado en su búsqueda, confesó haber sido el autor de la violación y asesinato de la mujer. Y Cecilia, que tenía familia y amigos, que le encantaba viajar y estaba escribiendo su libro para contar todo aquello que había vivido en cada destino, tuvo que interrumpir su vida de la manera más cruel y abrupta.
Así, el odio de un hijo más del sistema enfermo de ideas y pensamientos que desvalorizan la vida de las mujeres, deja su estela de muerte y desconsuelo, arrasando con todo, a través de ese acto irreparable.
Cecilia somos todos. Hoy más que nunca es necesario resistir para educar, previniendo mediante la concientización de la problemática para eliminar el mal de raíz , logrando además políticas y leyes de igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres.