El antagonista es un tiránico diseñador llamado Mugatu (que es la caricatura de fashionistas excéntricos como Karl Lagerfeld), que presenta una colección inspirada en “indigentes y prostitutas adictas al crack” denominada “Derelicte” (“Abandonado”). “Es el futuro de la moda”, asegura maravillado, “una forma de vida”. De esta manera estrena prendas que son, básicamente, basura, cartón y ropa rota, presentadas como ítems de alta costura.
Pero como suele ocurrir, la realidad supera la ficción.
La semana pasada, las redes sociales hirvieron con el lanzamiento de la última colección de Yeezy, una colaboración hecha entre la marca del rapero Kanye West y GAP, con el sello de Balenciaga. ¿El motivo? Las prendas, (buzos y joggins de más de doscientos dólares), no estaban dispuestos en perchas, sino en inmensos bolsones negros. ¿El objetivo? Que los clientes tengan que agacharse y vivir la experiencia de escarbar y revolver en estas inmensas bolsas (que parecen de basura) hasta encontrar lo que están que están buscando.
La provocación es clara: este display tiene ecos evidentes de los bolsones o canastos de ropa donada que se pueden encontrar en los paradores para personas en situación de calle. Remite directamente a gente buscando entre los deshechos.
Ante la indignación de los usuarios de todas las redes sociales posibles, el rapero Kanye West que es, además, el ex esposo de Kim Kardashian (dato no menor para entender mejor su ¿marco teórico?), se defendió diciendo que él es “un innovador” y que no está para “quedarse sentado y pedir perdón” por sus ideas.
A su vez, señaló que su fin es hacer que la moda sea “más igualitaria y menos pretenciosa” al desafiar las convenciones. Sin embargo, no hace falta decir que su propuesta no cuestiona ninguna inequidad, sino que más bien teatraliza una situación de carencia y marginalidad. Como era de esperar, fue un éxito de ventas.
No es la primera vez que las firmas más selectas buscan reinterpretar y estetizar la pobreza, transformándola en un fetiche elitista y cool. El extravagante Mugatu y su línea de indumentaria en Zoolander, por ejemplo, son un “homenaje” al controversial desfile de la temporada otoño/invierno del 2000 que creó John Galliano para Dior. Esta pasarela, una de las más polémicas de la historia de la alta costura, estaba “inspirada” en los “looks” de la población en situación de calle de París. Incluso, los y las modelos tenían la cara maquillada para que pareciese que estaban sucios.
Este año, Balenciaga rompió internet con una jugada similar. Hace cuatro meses, la firma presentó las zapatillas “Paris”: un calzado completamente destruido. A su vez esta marca, dirigida bajo la visión creativa del georgiano Demna Gvasalia, (el nuevo agent provocateur de la moda), lanzó bolsos que literalmente tienen la forma de una bolsa de consorcio.
El precio: 1790 dólares. Mucho más de lo que cuesta una computadora MAC estándar. Un accesorio que fascinó a celebridades como Kim Kardashian, claro.
Para la periodista especializada en moda Lucía Levy, Gvasalia “es conocido por generar clickbaits: esa es su estrategia de márketing. O lo amás, o lo odiás”; y cree que este gesto es “una fetichización de la pobreza”. “Está tomándole el pelo a su clientela, que son básicamente millonarios, diciendo: ‘fijate lo tonto que sos, cómo te subestimo, que te vendo zapatillas todas rotas y vos las comprás igual’”. Al mismo tiempo, reflexiona: “Ahí hay algo interesante, porque los ricos nunca llegan al punto de que sus zapatillas se rompan, porque cuando una se les descose no las remiendan, se compran cinco nuevas”.
“El trash pouch de Balenciaga forma parte de la ironía de la moda”
Jimena Lopergolo es abogada y dirige en la UCA de Rosario la diplomatura de Fashion Law, que aborda desde una perspectiva jurídica el derecho en la moda y cómo esta expresión artística puede ser leída desde la comunicación.
-Jimena, ¿cuál es tu opinión acerca de las propuestas trashy (inspiradas en la basura y lo “vulgar”) de firmas como Balenciaga? ¿Qué lectura podés hacer de este fenómeno?
-En un país en el que la pobreza duele, este intento de romantización o vanagloria de la carencia me parece, cuanto menos, poco feliz. Independientemente de eso, sacando de lado las sensibilidades personales y centrándome solo en el análisis de la moda por la moda misma, creo que el caso del trash pouch de Balenciaga forma parte de la ironía de la moda. Nos interpela desde el lugar de “¿hasta dónde estás dispuesto a llegar para estar a la moda?”. Hasta lo leo como una provocación digna de una mente disruptiva que busca “molestar”, “poner incómodos” a los popes de la alta costura.
Desde esa mirada me parece fascinante, porque solo se le puede reír en la cara a la moda quien está calificado para hacer moda. Son esos juegos que hacen los niños rebeldes de esta industria, que se permiten estas licencias de decir “yo digo lo que es moda y voy a tener a un montón de gente que, para pertenecer, se van a poner esto o aquello que, analizándolo independientemente, en realidad es feo, es basura o no lo vale”.
-En otros momentos de la historia ya hemos visto cómo la alta costura “absorvió” estilos que eran usados en ambientes urbanos por personas que no tenían, particularmente, un alto poder adquisitivo. Por ejemplo como pasó con el punk, un movimiento que tenía la filosofía de hacer prendas con retazos y descartes como forma de desafiar a la cultura consumista; o el “grunge”, definido por una estética “rotosa” e inconformista en los 90’s… ¿Esto es un giro perverso de esta dinámica?
-Es acertado el paralelismo que hacés con el grunge, que de hecho funda a toda una generación y fue un movimiento revolucionario, una mirada sobre el mundo. El “do it yourself” de los punks, por ejemplo, significaba: “vestite como se te cante”. Pero la diferencia fue que el grunge y el punk se generaron en la calle y los chuparon la alta costura y las primeras marcas. La industria de la moda de elite dijo: “ey, acá hay un movimiento que está generando algo y yo necesito vender”. Entonces lo toma, lo convierte, lo hace cool, le pone un precio mucho más alto y lo hace selecto.
Acá estamos parados del otro lado: alguien que ya es Balenciaga y que vende sus productos a precios siderales te está diciendo -y creo que la ironía está ahí-: “yo te vendo lo que quiero y vos lo vas a pagar porque soy Balenciaga”. Es un esnobismo total. Para mí ahí está la ironía. Es reírsele en la cara a su target. Entonces, ¿hasta qué punto la necesidad de pertenecer? ¿A qué precio? ¿Qué estás dispuesto a hacer? Ahí está la interpelación.
-En ese sentido, teniendo en cuenta que esta marca está romantizando la pobreza y transformándola en un objeto de culto para multimillonarios, ¿en qué términos crees que la moda puede ser irrespetuosa?
-Definitivamente la moda puede ser súper irrespetuosa. De hecho, esto se ve mucho con las apropiaciones culturales. Hay un montón de temas judicializados de comunidades indígenas o de lugares autóctonos contra primerísimas marcas que hacen apropiación cultural de sus tejidos, de la forma que combinan sus colores o la ropa que utilizan. En un punto la banalizan, porque la suben a una pasarela completamente fuera del contexto en el que esa prenda fue creada y para lo que es usada por las comunidades originarias.
¿Es un gesto de crueldad? ¿Es la creación de un genio brillante y retorcido? ¿Es la moda burlándose de la moda? ¿Las marcas riéndose de sus consumidores? ¿Es hacer de la pobreza una performance para el 1%? Como si viviésemos en la sátira de Zoolander, en un mundo cada vez más violento, desigual y precario, los millonarios pagan miles de dólares para ponerse ropa que parece “de pobre” y transformar este consumo en una experiencia cool y de elite. Como dice una usuaria de Instagram: “Mientras tanto, Kanye West se ríe de nosotros camino al banco”.