Hace tiempo que se habla del robo de perros y, últimamente, tal actividad parece haber recrudecido. La práctica se acrecienta en torno a animales de razas pequeñas que se pierden, desaparecen, o son sustraídos de sus viviendas a través de rejas y portones. Hasta escuchamos casos en que los ladrones entran a robar a una casa y, en vez de robarse un televisor, se llevan el perro de la familia.
Los perros más codiciados son de razas pequeñas que están de moda, son de fácil transporte y llevarlos, además, es muy fácil porque son muy indefensos. Bulldog francés, pug carlino, yorkshire terrier, entre otras razas pequeñas parecen ser el blanco codiciado, además por su valor como mercancía. Los animales robados pasan a formar parte de un mercado negro que vuelve a ofrecerlos por un precio menor o los utiliza para la reproducción generando todo un negociado en torno a un ser vivo.
Una estadística indica que, en lo que va del año, han desaparecido en Capital Federal cerca de mil perros que nunca fueron encontrados. De cada diez animales de estas razas que desaparecen, sólo uno vuelve a su hogar. Más allá de estos números, cualquiera de nosotros puede corroborar los pedidos que se multiplican en las redes sociales de ayuda en la búsqueda, de ofertas de recompensas por datos de animalitos que desaparecieron de sus casas.
Para la ley, lamentablemente, el perro es como una cosa y, la cuestión es que el perro no es una cosa ya que, dentro de una familia, su pérdida genera una enorme desazón. Conversando con un abogado, me cuenta que el robo o hurto de un perro de una casa se encuadra dentro del artículo 162 del código penal: “hurto de una cosa mueble”. Esta fría sentencia de la ley no se condice en lo más mínimo con el sentimiento que enlaza a una familia con su perro: en muchos hogares el perro es un hijo, es un hermano, para muchos niños un perro es un soporte emocional sin entrar en los casos en que el animal es un acompañante terapéutico, un ser indispensable para el lazo con la vida.
Quizás para quienes son capaces de llevarse un perro, el robo se equipara al de un celular de moda que el damnificado puede sentir hasta que esté en condiciones de comprarse otro. Sin embargo, desde ningún punto de vista el perro puede compararse ya que, como ser vivo, es único e inigualable, no puede ser reemplazado ya que no existe otro igual en todas y cada una de sus cualidades.
Los momentos difíciles de la economía pueden explicar desde algún lugar estas acciones y mostrarnos una baja en la calidad del tejido social, pero es importante reconocer que el daño va mucho más allá del valor económico que pueda tener el perro. Hay personas, adultos y niños, que deben recurrir a la terapia psicológica para poder sobrellevar esta pérdida porque es la desaparición abrupta, inexplicable, de un integrante de la familia. Se trata de una verdadera tragedia con consecuencias imponderables.
Ante estas situaciones que se han vuelto tan cotidianas, como seres humanos capaces de sentir empatía por el sufrimiento del otro, de reconocer esos vínculos tan profundos entre seres vivos, el mensaje más importante es no quedarnos apáticos si somos testigos, presenciando o por relato de terceros, de alguna situación que nos indique que estamos ante un animal robado. Y, entonces, podemos recurrir a las redes y denunciar con alguna foto o ante una Protectora.
Con la solidaridad puesta en acción entre quienes amamos a los animales y reconocemos su cercanía con nuestros sentimientos más profundos, podemos hacer mucho.
Guillermo Bur es médico veterinario.