Ennio Morricone, uno de los compositores claves para entender al mundo del cine a través de la música, murió hoy a los 91 años, en Italia. El compositor había sufrido una fractura de cadera meses atrás, lo que le había mantenido en cama durante semanas.
Con la muerte de Morricone, el cine pierde a uno de sus compositores más prolíficos, el que creó un brillante lenguaje entre cine y televisión a través de partituras inolvidables. Con una educación musical clásica, el compositor logró extrañas combinaciones tonales, que incluían silbidos, campanas, guitarras eléctricas, voces soprano sin palabras y coros completos. Su trabajo se convirtió en símbolo de un tipo de creación que no sólo incluía cierto aire clásico, sino la experimentación contemporánea.
Un gran legado
A lo largo de 50 años de carrera, Morricone creó varias partituras clásicas cinematográficas, que incluye los spaghetti westerns de la década de 1960, hasta revisiones modernas del género como El bueno, el feo y el malo, de Sergio Leone en 1966, Once Upon a Time in the West (1968) también de Leone hasta clásicos modernos como The Mision (1986) de Roland Joffé y Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore.
Para Morricone, la música era un elemento simbólico en el mundo del cine y se esforzó por crear las que son, quizás, varias de las bandas sonoras más reconocibles: Sergio Leone (de quien era amigo de la infancia), contó más de una vez que ambos llevaban a cabo un proceso individual para cada una de las escenas, que incluía imaginar la música como un nuevo personaje. El resultado era una versión musical sobre el guion que sostenía el argumento con una insólita fuerza.
El músico tuvo una extraña y tensa relación con el mundo del cine norteamericano. A pesar de su talento y talla mítica, recibió seis nominaciones al Oscar: una de las llamativas por su colaboración con Terrence Malick en Días del Cielo (1978), en la que compuso un soundtrack que pudo captar la enigmática visión del director sobre la naturaleza humana escindida entre el bien y el mal. Después, estuvo entre la lista de nominados por La misión de Joffé, Los intocables (1987) de Brian de Palma, Bugsy (1991) de Barry Levinson, Malena (2000) de Giuseppe Tornatore y Los ocho odiosos (2015) de Quentin Tarantino, con el finalmente la ganó y cimentó las bases de su extraña, tensa y dura relación con el director norteamericano.
Por extraño que parezca, la poderosa, criticada y brillante reinvención del western de Tarantino le valió levantar la estatuilla dorada gracias a su trabajo por segunda (ya en el 2006 había recibido un Oscar honorífico) y un tipo de reconocimiento insólito entre una nueva generación de amantes del cine, que revitalizó su imagen y en especial su trabajo. Para Morricone no se trató de un momento cómodo y corrieron rumores sobre su incomodidad con el premio.
Morricone trabajó siempre que pudo desde Roma y se negó a hablar —en público o cualquier situación relacionada con su trabajo— en cualquier otro idioma que no fuera el italiano. Eso no evitó que trabajara a ambos lados del Atlántico y con un nutrido grupo de directores, entre los que se cuenta la Sergio Leone (en su poderosa Once Upon a Time in America), Gillo Pontecorvo (La batalla de Argel), Bernardo Bertolucci (1900), Terence Malick (Días del cielo), William Friedkin (Rampage), Roman Polanski (Frenético).
Altivo, extraordinario, inmenso, el maestro Morricone dejó a su paso, un tipo de creación musical para cine que refleja su pasión y amor por el séptimo arte, quizás su mayor atributo.
Fuente: Hipertextual