Matadero comienza con un despertar, dos hombres en su estado más primitivo interpretados por Peter Lanzani y Germán Cabanas, cual si fueran terneros que experimentan la luz de la vida por primera vez, intentan pararse, buscar la compañía de alguien cercano, quizás.
Se encuentran, se separan, se buscan los cuerpos, se rechazan y vuelven a buscarse. Intentan abrir los ojos y aprender a caminar. Ya se intuye en ellos un instinto de supervivencia, desde un inicio se hacen presentes Eros y Thánatos en la escena.
Ambos actores cuentan mediante teatro físico, profundo, visceral, el camino hacia la decadencia de un artista y su amigo, hermano, ese que representa a la otredad. Hasta podría ser su alter ego antagónico, el reflejo de sí mismo como enemigo. Embriagados de soberbia, narcisismo y egoísmo, estos hombres emprenden a través de sus cuerpos como vehículos del alma, un viaje de perdición, inexorable.
Es que Matadero es la alegoría de la vida, o de la vida por algunos experimentada, por quienes, cegados por el poder y la fama, se convierten en víctimas de un sistema que tritura las emociones, las ilusiones, lo sueños, la esencia misma de cada persona.
La metáfora, que remite al cortometraje documental Faena (1961) de Humberto Ríos, se fusiona con una lucha de poderes encarnizada que construyen los dos actores mediante interpretaciones que van hacia lo más puro del teatro: la acción y emoción que incomodan, conmueven y dejan a los espectadores en estado de estupefacción.
Lanzani y Cabanas se desplazan por todo el escenario haciendo acrobacias, piruetas, coreografías exquisitas, cuerpo a cuerpo, piel con piel, logrando cuadros de una belleza tan estética como perturbadora. Todo, bajo la dirección del coreógrafo y director francés Redha Benteifour.
Minimalismo
Con una escenografía minimalista, y un diseño de luces que consigue texturas e imágenes construidas teniendo en cuenta los detalles de forma minuciosa, Matadero se posiciona como la propuesta innovadora, experimental en sus formas, que interpela a los espectadores cual espejos de esos dos seres, quienes plagados de símbolos, son capaces de hacer cualquier cosa por obtener una victoria de lo más inconducente.
Los artistas dan tanto que el público se acobarda. Sus cuerpos atléticos y siempre en movimiento sudan hasta quedar completamente mojados y no hay momento en el que pierdan la proyección de la voz, que también es muy importante.
Los diálogos, a veces superpuestos, hacen referencia a distintos momentos de sus vidas, partiendo de la infancia, y quizás en ocasiones, algunos textos parecieran estar de más. Los cuerpos en su recorrido escénico hablan por sí mismos, la exploración de la condición humana es el principal motivo de esta experiencia artística.
Tal como dijo Rodolfo Alonso, quien escribiera el discurso de Faena, “en el matadero estaba casi todo lo que queríamos decir, lo que nos duele. La violencia, el odio, el amor, la muerte, el sometimiento, la libertad, la culpa, la injusticia, la necesidad”.
Matadero. Sábados y domingos a las 22 hs en Teatro Acuario de Villa Carlos Paz. Entrada general a $500.