Hace unos años, en las últimas clases del año, mis alumnos me propusieron ver una película que a ellos les parecía “buenísima”.
Fue entonces cuando trajeron, y vimos, ‘In to the wild’. El supuesto viaje de aventuras de un joven inteligente y bonito, de su misma edad, al concluir sus estudios de Nivel Medio, en el contexto de una familia estadounidense acomodada -en condiciones de costearle una Carrera en Hardvard-.
Es importante decir que la historia está basada en hechos reales, y que Christopher McCandless, a la postre, el personaje real, emprende el viaje bajo la seductora y romántica idea de que ‘vivir en lo salvaje, en la naturaleza, es el camino verdadero para encontrarse con su esencia’ (una idea bastante difundida entre el neohippismo de nuestros días).
Mientras avanzaba su desarrollo e iba intuyendo el desenlace, comencé a preocuparme.
Sobre todo porque la idea de McCandless encontraba entre muchos de mis alumnos una empática acogida. Y, porque la estructura de personalidad del joven era claramente una estructura psicótica.
Desde que comienza el viaje, y a través de él -aun cuando recibe un trato amable y cordial de muchas de las personas que va conociendo-, el muchacho se ‘des-hace’ (des-anuda) de todo vínculo en el que el Deseo se pone en juego. McCandless rechaza el ‘lazo amoroso’ (bajo cualquiera de sus formas) en nombre de la ‘libertad’ y el ‘reencuentro con su esencia’. Está convencido de que el lazo amoroso es ‘un obstáculo’ en su camino (que no es otro, aunque él no lo perciba, que ‘la vida’). Y es justamente allí donde radica su patología, su ilusión patológica: cree que lo propio de lo humano habita en el solitario vínculo con la naturaleza. Cree que puede constituirse como humano de modo autosuficiente, allende al Otro.
Y en esa creencia encuentra la muerte/muerte.
Metáfora material de nuestro tiempo, hecha cuerpo des-hecho.
Un pequeño ‘error de lectura’ (en su libro de plantas autóctonas, que paradójicamente -o no- son su alimento), hace las veces de metáfora fundamental de ‘su’ error de lectura respecto del ‘alimento’ que da la Vida (a saber: en el lazo, el amor). Come, por descuido -él, que no ‘descuida detalles’, que lo tiene ‘todo calculado’-, la planta incorrecta. Toma la opción incorrecta. La opción que no puede sino, de forma inevitable: llevarlo a la muerte.
Sólo ante el instante decisivo parece ‘recuperar’ la consciencia. Imagina, en su ‘delirio’, que corre, con una sonrisa, a los brazos de sus padres…
De modo no tan paradójico –nadie vive por fuera de su Época- todos los componentes de Goce mortífero que hacen de ‘significantes’ en nuestro tiempo, están en la historia: autosuficiencia absoluta, libertad sin límites, negación del otro en tanto objeto insoslayable del Deseo…
A veces, lo que seduce, nos mata.