«La salud es el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades», pregonó la Organización Mundial de la Salud en los albores de la década de 1950. De allí en adelante mucho se ha teorizado hasta la época de la sal sin Sodio y el edulcorante sin azúcar, época floreciente en improvisar paradigmas para absolutamente todo.

Vivimos épocas complicadas, el contexto socioeconómico no ayuda, y no existen políticas implementadas para tratar de palear mínimamente esta situación. El ciudadano medio se encuentra completamente desprotegido, sólo basta dar una ojeada somera y superficial a las redes sociales y su implicancia destructora donde cualquiera agrede a cualquiera desde el anonimato y sin razón aparente.

Las estadísticas en salud son tiranas y bien aprovechadas, muy beneficiosas. En cambio, utilizadas para justificar acciones de bajo impacto sanitario denotan la incapacidad de quien las procesa, porque no marcan la realidad social existente y su impacto sobre el bienestar de una persona, individuo y posible sostén de una familia.

En este contexto es donde se torna imperioso la necesidad de implementar un sistema de Salud que tenga en cuenta el contexto socioeconómico y su impacto sobre el bienestar de la población, que cambia, muta, se acomoda de acuerdo con los tiempos dando como resultado que las exigencias de ayer no son las de hoy y no serán las de mañana.

Los datos están, el análisis se puede realizar, el gobernante de turno elegirá mirar para otro lado, construir un puente, plantar palmeras o aceptará la responsabilidad implícita en su cargo, de actuar en consecuencia sabiendo que existe una población social y psíquicamente afectada.

Una población que no puede satisfacer sus necesidades básicas y no debe ser barrida debajo de la alfombra conociendo, como alguna vez escuche decir a un alto estadista de nuestra ciudad, que el otro Carlos Paz, el del laburante, existe.