Se trata de Pablo Novak, quien este jueves 25 de enero iba a cumplir 94 años. En 2020 había sido distinguido como Embajador Cultural y Turístico del distrito de Adolfo Alsina por ser testimonio vivo de la historia del lugar.
El último habitante de la villa Epecuén, próximo a Carhué, en el partido bonaerense de Adolfo Alsina, murió en las últimas horas a los 93 años, dejando un legado de historias sobre el pueblo que sufrió las inundaciones en 1985 y que posteriormente con el descenso del agua sus ruinas son visitadas por vecinos y turistas.
Se trata de Pablo Novak, quien el próximo 25 de enero iba a cumplir 94 años y fue distinguido en el 2020 como Embajador Cultural y Turístico del distrito por ser testimonio vivo de la historia del lugar.
Novak murió en las últimas horas en Carhué, sus restos fueron velados este lunes en dicha localidad bonaerense donde posteriormente serán cremados a pedido suyo ante sus familiares y allegados.
“Pablo Novak se transformó en un ícono y en una leyenda, todos los conocían como el último habitante y residió siempre ahí porque nunca se fue después de la inundación”, sostuvo a Télam el intendente de Adolfo Alsina, Javier Andrés, tras participar del velatorio.
En ese contexto sostuvo que “se convirtió en un ícono porque Pablo siempre era el que iba a las ruinas cuando fue bajando el agua; lo encontrabas en un lugar donde funcionó una carnicería con su diario en la mano, su perro y su bicicleta”.
La gran inundación sucedió el 10 de noviembre de 1985. “Pablo siempre vivió en una chacra que está muy cerquita a 200 metros, porque estaba vinculado a la actividad agropecuaria y una fábrica de ladrillos”, contó el intendente.
“Siempre estuvo viviendo ahí, cuando se inundó el agua llegó cerquita a su chacra y cuando fue bajando por el 2011 y apareciendo lo que quedó de las ruinas iba con su diario y se sentaba ahí donde hablaba con la gente”, agregó.
Andrés dijo que Novak, quien vivía solo “cumplía 94 años ahora el 25 de enero y con la pandemia la familia lo llevó a vivir a Carhué a un hogar pero luego volvió a vivir a la misma chacrita”.
“Tuvo un ACV por lo que estuvo internado, volvió al hogar y falleció ayer”, comentó al indicar que producto del ACV “le quitó el habla y le quitó todo, porque era muy charlatán y contaba anécdotas”.
El último habitante de Epecuén vivía solo en su chacra, con su cocina a garrafa para cocinar y con el aporte de energía a través de paneles solares dispuestos por el municipio.
“Tiene diez hijos que están viviendo en la zona, como en Carhué, tenía un autito y hasta su bicicleta que se venía hasta la localidad”, expresó el intendente.
Andrés dijo que “Pablo fue velado hoy en Carhué, sus restos van a ser cremados porque pidió que las cenizas sean arrojadas allí”.
“Es un marca registrada, un ícono de Epecuén, porque recibía a todos y lo nombramos hace dos años como Embajador Cultural y Turístico en reconocimiento en vida y él lo recibió así”, puntualizó el jefe comunal.
Palabra de don Novak
En una entrevista realizada por Télam en 2015, Novak había señalado que “acá por las ruinas yo vengo a andar en bicicleta y me acuerdo casa por casa, gente por gente” al mencionar que el recorrido lo hacía junto a su perro Chozno.
“Nací acá el 25 de enero de 1930 y con mis 12 hermanos hicimos toda nuestra juventud en este pueblo, y también el colegio”, recordó Novak mientras miraba la laguna de Epecuén que ya al atardecer formaba en una línea perfecta el horizonte de la capital pampeana, Santa Rosa, que se encuentra a 200 kilómetros.
También el hombre había comentado que “los hoteles tenían comprada toda la mercadería para el verano, contratados los empleados y el agua entró una madrugada”.
“No voy a olvidarme nunca del ruido del agua. A los pocos días nos dijeron: ‘Junten lo que puedan, tenemos que abandonar el pueblo, Epecuén va a desaparecer´”, había recordado.
En ese sentido Novak había señalado que “todas las familias se fueron y de a poco me fui quedando solo” y que para conservar su vida durante el invierno disolvía “un cuarto kilo de miel a baño maría que agrego a una botella de grapa y me cebo unas mates con este menjunje, que me calienta el cuerpo por dentro”.
“Nunca sentí tristeza, hay gente que se abraza a las paredes y llora, yo disfruté mi vida y no me quiero ir de acá”, había expresado Novak.
El 10 de noviembre de 1985, las altas precipitaciones y obras inconclusas en la regulación de canales provocaron la inundación de este pueblo del suroeste de la provincia de Buenos Aires con más de 1.000 residentes que pese a la fuerza del agua y el paso del tiempo recuerdan todavía lo que fue un pujante destino turístico y hoy quedó en ruinas.
El terraplén se había comenzado a edificar en 1977 con el objetivo de proteger al pueblo de un ciclo húmedo que atravesaba no sólo por las lluvias sino también por el Canal Ameghino -que se había construido por un problema de sequías-, el cual regulaba el caudal de agua del sistema de lagunas Las Encadenadas, del que la de Epecuén es la última y más baja.
La laguna de Epecuén se desarrolló como destino turístico desde su fundación en los años 20, y es famosa en el mundo por contener propiedades curativas al contener sus aguas más de 100 gramos de sal por litro, sólo superado por el Mar Muerto.