“¿Cornalitos o papas fritas?”, preguntó con amabilidad la joven moza y nos miramos con cara de saborear de antemano los pescaditos sarteneados con la colita que se te escurre entre los dientes, una felicidad hecha gusto a mar. Lamentablemente, una dijo que prefería las papas porque el cornalito le daba impresión y se acabó la ilusión papilar en un solo pestañear. En realidad, hubiera estado muy bien agregar a la comida el pequeño exotismo del cornalito porque después de ver la cuenta caímos en que se trató de la papa frita más cara de la historia.
¿Estamos ante un nuevo “sálvese quien pueda” y como no tengo claro qué precio cobrar por las dudas le pongo la máxima total siempre hay tiempo para bajar?
Los carlospacenses compartimos el gusto cosmopolita por la salida a bares y restaurantes para el encuentro, el brindis, la despedida, el festejo, en cualquier época del año. Amigos, compañeros, familias, parejas tienen su lugar preferido, aquel en donde le preparan el bocadito que le gusta, el traguito o la cerveza con el punto justo de frío y el alcohol de calidad. Lo vuelve a elegir porque lo conoce, forma parte del ritual del encuentro: con esos amigos en ese lugar. ¿Se incluye en estas razones el precio? Y por supuesto que sí, la relación calidad-precio forma parte del combo y esto debería ser claro también para el comerciante.
Cuando la cuenta refleja aumentos de más del 30% en un solo plumazo para la misma comida y los mismos tragos a sólo un mes de la última visita, la sensación es, primero de confusión: tragar fuerte, sacar los lentes por si estás mirando mal, chequear la suma, sacar el celu con la calculadora, sudar frío y mentalmente recordar que trajiste el débito (“¿Hay débito acá???”). Después tratar de racionalizar echándole la culpa a la economía, al país, al gobierno y sintiéndote un miserable que ya no puede encajar el golpe del costo de la vida sin vergüenza.
La comida y los tragos se te bajan a los pies, ya todo parece feo y deslucido, lentamente caes en que ahí no había ningún amigo esperando para atenderte en persona sino una necesidad económica que se mantuvo en equilibrio por un tiempo y hoy decidió que le parece que necesita desplumarte para mantenerse a flote.
Cuando el Titanic se hundía en la película, en los botes iban mujeres y niños y también aquellos que podían pagar el bote. El hermoso Leonardo era pobre en la historia por lo que apenas sacó la cabecita del agua para declamar su amor antes de sumergirse para siempre.
No es necesario que haya hundidos y salvados, en tiempos de inestabilidad económica tal vez se pueda hacer un esfuerzo conjunto y humano para no poner el número por delante y para que los clientes sean también esos amigos que me acompañan todo el año y por los que vale la pena afilar el lápiz. Porque, una vez que ese amigo se sienta estafado, ya no volverá nunca más.