El rey británico Carlos III y su esposa Camila fueron coronados hoy en la Abadía de Westminster, en medio de una fastuosa ceremonia que no ocurría en el Reino Unido desde hace 70 años y que no estuvo exenta de protestas, con la detención en las calles de manifestantes antimonárquicos.
El rey, de 74 años, y la reina consorte de 75 llegaron al edificio religioso ubicado en el centro de Londres tras una breve procesión en carroza desde el Palacio de Buckingham. Pese a la persistente lluvia, miles de personas se agolparon a lo largo del recorrido para saludarlos.
Dentro de la Abadía de Westminster, unos 2.300 invitados presenciaron la ceremonia, entre ellos la primera dama estadounidense Jill Biden, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y los reyes Felipe VI y Letizia de España, además de cientos de representantes de la sociedad civil británica.
Ante sus ojos, y los de millones de telespectadores, Carlos III y Camila entraron solemnemente, vestidos con capas ceremoniales, para ser consagrados en la cima de la monarquía británica, ocho meses después de subir al trono tras la muerte de Isabel II, que reinó durante siete décadas, consignó la agencia de noticias AFP.
Aunque el rey quiso una ceremonia más moderna y sencilla que la de su madre, en un contexto de grave crisis por el elevado costo de vida, esta se desarrolla según un pomposo ritual prácticamente inmutable desde hace mil años, único entre las monarquías europeas.
Pese a la crisis, los monarcas utilizaron tres coronas engarzadas de diamantes y piedras preciosas, varios ropajes antiguos bordados con oro que el rey fue vistiendo en distintas fases de la ceremonia, tres cetros y un par de espuelas de oro.
En un guiño a las preocupaciones modernas, el óleo que se usará en la unción fue vegano, aunque consagrado como exige la tradición en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, donde los cristianos creen que fue enterrado Jesús.
En la parte considerada más sagrada de la ceremonia, el arzobispo de Canterbury, líder espiritual de la Iglesia de Inglaterra, de la cual el rey es el jefe máximo, ungió las manos, el pecho y la cabeza de Carlos III y de Camila, ocultos de la vista de todos por una pantalla.
La parte central del acto llegó cuando el arzobispo Justin Welby colocó sobre su cabeza la espectacular corona de San Eduardo, que solo se lleva en el momento de la coronación.
Sustituyendo el tradicional homenaje de los aristócratas, el religioso invitó a todas las personas, desde donde estén viendo o escuchando, a jurar lealtad al nuevo rey, una primicia histórica que busca la democratización de la ceremonia, pero que provocó fuertes críticas.
Afuera de la Abadía, miles de británicos y turistas se concentraron para presenciar el acto, muchos con banderas o vestidos con trajes con sus colores.
Algunos optaron un lugar en la calle desde donde pudieran ver algo de la ceremonia, mientras que otros se reunieron en lugares designados para ver la transmisión en pantalla, como en el parque Hyde Park.
Una multitud siguió la ceremonia
Durante la ceremonia, la multitud reunida en la Abadía de Westminster se unió en un coro de “Dios Salve al Rey” mientras el príncipe Carlos era coronado.
En su camino, la pareja real también pasó ante las pancartas amarillas del grupo antimonárquico Republic, en las que se lee “No es mi rey”. Un grupo de estos activistas, incluyendo su titular, Graham Smith, fue detenido cuando se preparaba para protestar.