Una niña, Camila, interpretada por Noel Rosa, busca desesperadamente la atención de sus padres. Como no lo logra, hace una huelga en una casa de juguete, ubicada en el centro del living de su hogar, para ver si de ese modo logra llamar la atención de ellos.
Se encierra en su casita con la convicción de lograr su cometido: que su mamá y su papá compartan momentos de calidad con ella, todos los días. Busca que la acompañen a tomar la leche, que la pasen a buscar en tiempo y forma de sus actividades y de la escuela. Desea que no se olviden de ella. Quiere tiempo para jugar con sus padres, que le presten atención.
Esto, que se presenta como un tema complejo y difícil, que nos invita a explorar una historia en principios triste desde su formulación, es, en la propuesta de Adriana Ferrari, dramaturga y directora de la puesta, un disparador para hablar a través del arte, de la falta de comunicación hacia adentro del seno familiar, de las vidas súper estresadas de los adultos de hoy, víctimas de la autoexplotación, del sistema, y sin el tiempo para estar con sus hijos y hasta consigo mismos. Hijos que experimentan una profunda soledad infantil. Porque ya sabemos, si nuestros padres no logran “vernos” en la infancia, el impacto que esto puede provocar en nuestra psiquis, puede ser enorme.
Sin embargo, la trama de La casita feliz es contada desde la comedia con algunos elementos del absurdo y está plagada de gags que producen risas constantes en niños, jóvenes y adultos. Entre realidad y fantasías, Camila y su amigo Facundo (Jeremías Tondo), proponen un plan a los adultos que se percatan con desconcierto, de lo que fueron capaces de provocar en sus hijos.
Gracias al humor, se produce enseguida ese proceso de identificación que sin lugar a dudas, lleva a la reflexión. La obra permite repensar el vínculo actual entre padres e hijos.
Matías, el hermano mayor de Camila, encarnado por Franco Rugiero, es un personaje que hace de puente entre el mundo adulto y el de los niños. Además, en la historia hay un niño que nos recuerda “al odioso” del curso, Valentín (Agustín Leonardi), aquel que a veces oculta que sufre y que siempre está dispuesto a profundizar los disgustos de la pequeña Camila.
Con un ritmo aceitado que hace que la historia fluya de principio a fin, y actuaciones convincentes, La casita feliz es una propuesta arriesgada (por la elección del tema) pero completamente efectiva, no solo por su mensaje, sino por el disfrute que produce en el espectador su relato, fresco, provocador y con una temática actual, que nos interpela. Si bien la obra fue escrita en el 2005, los temas que se anima a abordar están de lo más vigentes.
Ivana Vivas y Javier Pérez interpretan a los padres de Camilia, quienes a la fuerza, deben darse un respiro para poder comenzar de nuevo.
El personaje de Rosa, a cargo Roxana Merlino, bien podría ser el protagonista de un spin off de la historia. Le brinda ese toque desopilante que siempre es bienvenido para dar aire y arrancar carcajadas en medio de las situaciones más complicadas.
Una comedia recomendada para chicos a partir de los 6 años (los más pequeños también la disfrutan, pero puede ser más aprovechada a partir de esa edad) y para toda la familia, que deja muy bien parado al teatro carlospacense en esta temporada de verano 2032. Vayan a verla.
La Casita feliz cuenta con la asistencia de dirección de Vanesa D’Angelo y la asistencia técnica de Martín Morenilla.
La obra ganó el Primer Premio en el Concurso de Dramaturgia: “Cultura, Derecho, Necesidad y Decisión” Año 2007, organizado por el Instituto Nacional del Teatro, la Asociación Argentina de Actores, Argentores y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.
Las funciones son todos los martes a las 20,30 hs y domingos a las 22 hs en Teatro Holiday sala Pugliese. Entradas: $1500.