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Por César Carignano, ex futbolísta internacional.

River nunca está lleno, siempre tiene hambre. Se alimenta de lo que ha logrado para potenciarse pero no se enamora de su pasado. El pasado es historia, y de la buena. Pero el presente es el único momento que importa.

La voracidad no cede jamás. La idea y sus formas están por encima de todo: de los años que lleva el proceso, de los ilustres que se han ido, de los títulos logrados, de los nombres ocasionales y de un momento absurdo e irrepetible sin suplentes y sin arquero.

No hace tiempo, vive el partido desde el juego, tiene identidad protagónica y un líder que hace tiempo influye en el trabajo formativo para que el salto del pibe al futbolista no sea tan largo. Logro consumado, a todas luces.

No inscribió por inscribir. No anotó jóvenes por el solo hecho de exponerlos. Y se hace cargo. Y sus futbolistas se hicieron cargo.

¿El techo? El techo no existe cuando las raíces tienen tal fortaleza, cuando las convicciones son tan profundas y cuando la llama se sostiene encendida durante tanto tiempo.

Gallardo ha cambiado definitivamente los paradigmas de la historia de River relativizando incluso el valor del resultado; trascendiendo la inmediatez con la que vive el mundo actual; y generando una pertenencia tan particular que lleva a sus futbolistas a considerar otros valores además del dinero para tomar decisiones.

Gallardo es, sin lugar a dudas y en términos deportivos, un símbolo de época.