Por Gonzalo Grela. Dejaron atrás dos cambios de estación y cientos de estornudos que implotaron como bombas marítimas dejándonos aromas, ya no tan benévolos, de ingestas pasadas. Fueron yelmo de discusiones vecinales y careta de carnaval en agosto para pasar anónimo ante el acreedor de nuestras deudas. Fueron trapo limpiador de lentes y mocos nietos.
Vinieron a ocultar la vergüenza por la falta de una tecla en la pianola dental, gingivitis, gengiscán, mal aliento bucal, Jorge Bucay, Jorge Rial. Llegaron a complicar la relación entre perro y desconocido, que al principio dio por morder (el perro, claro) los tobillos al dueño y luego por moverle la cola a todo barbijo marrón. Volvimos, como esos perros, a mirar a los ojos sabiendo que allí se debate la pregunta: ¿quién sos vos?
Un barbijo tirado en la calle, empolvado enmohecido es un instante de desolación. Es una prueba más ¡Cómo si nos hicieran falta! de la brevedad, levedad del existir. Nada perdura, todo se estornuda.
Un barbijo pisoteado no es una victoria, ni un tiempo pasado, es un documento ahora recurrente. Hace un año, de cruzármelo en las mismas condiciones no hubiera sabido llamarlo por su nombre. Hay algo de radioactivo en su presencia, algo que lo vuelve inmundo y personal. Su abandono a la vera de una senda nos dice algo. Lo susurra, carraspea o tose en voz baja. No es una denuncia, más bien un llanto quedo, olvidado.
Un barbijo, por definición, es un objeto de descarte aunque no un imperativo categórico. Su abandono, su soslayo, es ahora una imagen que apuñala, que nos dice: soy tu cotidiano.
Una mujer sola en un descampado verde serrano camina con religioso barbijo. Una pareja de sabios amantes van de la mano, también solos en una calle de barrio. Paran, se abrazan muy fuerte y se dan un leve beso de pichón, casi aviar, ambos con barbijo. Un hombre a seis metros de altura en un techo, clava unas chapas solo acompasado por el martillar, una música que se le parece, y su barbijo.
Hemos descubierto que el barbijo es otra cosa, que supera las determinaciones estatales. Algo del orden de lo privado, como la imbecilidad, tiene su pulso allí. Algo de poético y desesperado hay en un barbijo que yace en el suelo, como siempre, sin proteger a nadie.
Foto: La captura pertenece a @JuanCruzBacaro que registra una serie de barbijos en la vía pública.