Benjamín Génova tenía 17 años cuando supo que estaba embarazado. Ya sabía que era un hombre trans aunque todavía no había podido ponerlo en palabras y su situación era, en ese entonces, “terrible, trágica”.
Se había ido de casa escapando de la violencia que despertaba en su papá su identidad de género, se había visto obligado a dejar el colegio, ya tenía una hija a la que no podía cuidar y vivía -en la calle o donde alguna amiga le hiciera un hueco- sin más pertenencias que lo que entraba en una mochila.
“Imaginate vos en esa situación. ¿Cómo podía pensar en tener otro hijo?”, expresó al medio Infobae desde Neuquén capital, donde vive. A pesar de que no están específicamente nombradas, a historias como las de él también apunta el proyecto de despenalización y legalización del aborto que esta semana empezó a ser debatido en el Congreso.
El proyecto -que aspira a convertirse en ley pronto- habla de “regular el acceso a la interrupción voluntaria del embarazo (…) de las mujeres y de personas con otras identidades de género con capacidad de gestar (…)”.
Se refiere a las masculinidades trans y también a las personas no binarias (en este caso, quienes fueron asignadas al sexo femenino al nacer pero no se consideran ni hombres ni mujeres).
La infancia
Benjamín se crió en una zona rural del Alto Valle de Río Negro con sus padres y tres hermanos. “Se esperaba que yo fuera la hija mujer. Fue bastante difícil la infancia por esto de no poder contar quién era yo, porque no es algo que me pasó de adulto, siempre lo supe. Pero bueno, no podía ponerlo en palabras porque en la escuela no había nadie como yo, pensaba que estaba enfermo y lo único que había visto eran personas trans ridiculizadas en la televisión”, recuerda él, que ahora tiene 35 años y es uno de los fundadores de “Varones Trans y No Binarios de Neuquén y Río Negro”, adonde recurren adultos y también familias con niños trans.
Benjamín tenía 10 años cuando arrancó “en modo rebeldía” y empezó a sentir que, pese a que en su casa podía usar la ropa de sus hermanos, para salir me tenía que disfrazar de nena”.
La resistencia de su papá se agravó en la adolescencia, cuando Benjamín estaba en el epicentro de la confusión: “Tenía muchas dudas que vivía en secreto, mi closet trans. En mi cabeza suponía que si yo era un varón me tenían que gustar las nenas, entonces ¿por qué me gustaban también varones?”.
La maternidad temprana
“A los 14 años me escapé de mi casa porque sufría violencia, era una pibita de 14 años en la calle. No había cumplido ni 15 cuando tuve a mi primera hija”.
Benjamín no recuerda nadie que le hablara de abuso pero sí “la violencia obstétrica que sufrí en el hospital porque tenía 14 años y estaba teniendo una hija en soledad, sin marido. ‘Bancátela, pendeja’, me decían las enfermeras. Me trataron tan mal que me acuerdo que la bebé lloraba, yo no sabía qué hacer y tenía terror de llamarlas para pedirles ayuda”.
La decisión de abortar
Sobre la decisión de abortar, Benjamín tiene dos cosas claras: que la decisión de interrumpir ese embarazo fue un acto de responsabilidad; también que se podría haber muerto en ese aborto clandestino.
El aborto
Una amiga querida le habló de un yuyo que podían comprar en la farmacia, prepararon una especie de té, lo pusieron en la heladera y Benjamín lo fue tomando, un vaso tras otro, como si fuera jugo.
Unos días después empecé con un dolor muy fuerte a la altura de las caderas y en la cintura. Después empezaron a dolerme las piernas, me costaba caminar. Yo creo que eran contracciones, conozco bien ese dolor”, recuerda. “Por suerte vinieron unos amigos y cuando me vieron como estaba, cuando vieron que gritaba del dolor, me llevaron de urgencia a la guardia del hospital. Cuando entré, ya sangraba. Me dejaron horas en observación, me acuerdo que desarmé toda la cama del dolor, arranqué las cortinas, no podía más”.
Dice que quienes lo atendieron le decían “aguantátela, esto lo hiciste vos” y que lo llevaron al quirófano y le hicieron un legrado sin explicarle nada. “Cuando me desperté de la anestesia, ya en una sala común, veo entrar a un policía. Me empezó a preguntar qué había tomado y a decirme que no mintiera, que si había tomado pastillas o me había metido algo lo iban a encontrar. Yo le recontra juré que no había tomado nada porque tenía terror, no le podía decir a la policía ‘sí, tomé algo, no puedo tener otro hijo, no tengo nada para darle”.
Benjamín estuvo un día más internado “y nunca me dijeron que volviera a controlarme, nadie me hizo un seguimiento”. Quedó sin “atención post aborto”. “El miedo, eso es lo que recuerdo. Estaba angustiado y profundamente triste, me sentía solo. Miedo a morirme primero y miedo a la policía después. Despertarme y tener a la policía interrogándome fue muy violento, más teniendo en cuenta que yo era adolescente y estaba solo en una habitación, sin una pareja, sin nadie”.
Cabe destacar que el proyecto de ley que hoy se debate en el Congreso, contempla la asistencia psicológica post aborto para que las personas que pasan por estas penosas circunstancias tengan una contención que les permita seguir adelante con sus vidas.
Fuente: Infobae.