PhoTortul 1933
“La Casita-Museo de La Edith”
Las Verbenas
Villa Independencia – V. C. Paz
Invierno 2020
Especiales de Hiemacar
Arquitectura Episodio #10

Capitulo diez del Rescate Patrimonial, que realizamos con simples fotos tomadas desde la calle o vereda, de las Casonas de Villa Independencia, y que hacemos gracias al aporte de la empresa Hiemacar… pionera en materiales de construcción de Carlos Paz.

A poco de trepar la calle Las Verbenas, hoy prolijamente adoquinada, rumbo a la montaña y con la verde Quebrada de Las Higueras adelante, mirando hacia la izquierda aparece este singular chalecito.

Leo en un cartel un nombre típicamente guaraní como ‘Coetí Porá‘, o bien ‘lindo amanecer‘, aunque los que conocimos a su dueña, sabemos que Ella la había rebautizado, en quechua visceral, como ‘Suyainicu‘ que viene a significar algo así como ‘Nuestra Esperanza‘.

La que aquí vivió, la gozó, la disfrutó y la convirtió casi en un museo personal, es la querida y recordada Profesora Edith Manera… de quien tuve la suerte de ser su amigo a pesar de la diferencia generacional. La Amistad es así… no conoce límites ni rótulos, aunque ahora las Redes Sociales mal usen esa palabra y la confundan con otra cosa… le bajen el precio.

Pero me toca hablar de La Casita de La Edith… y no de Edith Manera.
¿Podre hacerlo?!?
Lo intento.

Me paro frente a la construcción y mientras pienso, mágicamente me entra un wasap proveniente de España… y es Jorge Luengo.

Y Jorgito me retruca en audio:
“La casita la levantó mi padre, Ennio Cesar Luengo, enamorado como estaba de mi Mamá le puso de nombre Chalet ‘Edith’ cuando se casaron. Luego, cuando nació mi hermana mayor, pasó a llamarse  chalet ‘Marta Edith’.  Eso era así por el correo, en esa época se ponía el nombre a los chalets para hacerle fácil el laburo a los carteros. Cuando nacimos mi segunda hermana y yo… ya no había más fierritos para seguir sumando nombres”.
Jorgito remata el audio con una risotada wasapera.

Y hablando de carteros y nombres, esta calle hoy adoquinada y llamada Las Vebenas, antes se llamaba Río San roque. Cuando Villa Independencia es anexada a Villa Carlos Paz, San Roque ya existía… y se procedió al cambio de nomenclatura de todo su mapa. En eso estaban los vecinos, cuando a La Profe Edith se le ocurrió que si ponían nombres de flores, no habría conflictos de repetición entre las villas. Y así aparecieron los nombres nuevos, todos perfumados, y también para la escuelita Sarmiento que pasó a ser Bernabé Fernández.

Sigo parado frente a La Casita que tuvo entonces 4 (cuatro) nombres y planeo describirla. Más allá de la veleta que domina el tejado, pienso en pedir ayuda a algún arquitecto, cuando cambio de idea y convoco a una periodista de raza (colorada) que fue también su amiga, amiga de entrar al hogar… y que vive en la zona, un poco más al sur, en Villa del Río con El Ema y sus hijos: la  Euge Nieto, que acepta el convite.

Y mira como lo acepta:
Juro que apenas Luis me propuso la idea de  escribir sobre la casa de Edith Manera, se me anudó la garganta merced a la emoción del recuerdo profundo que dejan esos vínculos imperecederos. En ese momento anhelé que el tejido de estas palabras hagan verdadera justicia a la hora de narrar algo preñado de tanto afecto.
Esta casa es como su dueña: inmensa. Quizás no en las dimensiones estrictamente físicas pero puede ser objeto de odiosas comparaciones. Sin embargo, lo distintivo de ese hogar, es que contiene un acervo de historia inabarcable que se comprende entre la propia casa y el modo de habitarla de Edith, con sus infinitos objetos que no fueron otra cosa que el reflejo de su cultura y su conocimiento antropológico, musical, lingüístico, forjados desde la pasión, el amor y la estima por lo originario y miles de kilómetros de ruta y horas vuelo.
La casa de Edith era un hogar de encuentros y celebración. En verano engalana el patio un ceibo de flores soberbias que se erige robusto. En invierno la vestía la hojarasca. Y al interior decenas de estantes que acopian estatuillas, bordados, retratos, muñequitos, infinitos y hermosos libros, discos, material sobre el quechua, adornos colgantes… Todos y cada uno de esos objetos condensaban la inigualable urdimbre cultural de Edith. Había que andar con cuidado para no llevarse puesto algún adornito, máxime después de un par de vinos blancos. El calor siempre nacía a la luz de los encuentros con amigos.
Las melodías emergentes del piano se componían de un repertorio amplísimo. La habitación del piano, empapelada de partituras y un vitreaux, afirmaban la calidez de un ambiente cuya atmósfera gestaba belleza y cariño. Edith nos regalaba música… Las horas de estudio hasta llegar a la entraña de una melodía y la historia que le dio vida. El piano, ese amigo penitente, cada año era correctamente afinado. Edith destinaba una micro inversión en la afinación del piano a manos de uno de los máximos experimentados en el tema. Sonaba siempre diáfano. Las tertulias en casa de Edith eran la celebración de la amistad misma y la certeza que allí pertrechados, sin escatimar en buen vino y buena cena, con los poemas indispensables, los acordes inmortales, se resignificaba el valor de los afectos y aquello que rezaba el cartel de madera del nombre elegido: Suyainucu, Nuestra Esperanza“.

Con semejante radiografía interior de ‘La Colo’, imagino que poco queda por agregar. Quizás destacar sus paredes gruesas, esas que le daban una singularidad térmica.
En verano:   muy fresca
En invierno:  un freezer.
La galería es un espacio de ocio sagrado, fresco, amplio… que da a entender que allí se pasaban buenos momentos. La techumbre es de tejas coloniales y de múltiples caídas, incluyendo una terracita, veleta, faroles y demás elementos metálicos trabajados por los Luengo en su momento. La piedra está ‘laburada’ a la rústica, tanto en muros como en zócalos.

Siento que puedo seguir escribiendo, o recibiendo mágicos aportes de realismo mágico, de Jorgito, de Eugenia… o de otros Carlospazonzos que aquí pasaron lindos momentos. Pero lo dejo aquí.
Solo un recuerdo más, para la segunda pareja de Edith, el Maestro Osvaldo Cettolo, con el que compartieron aquí sus otoños dorados y musicales.

Así cierro este décimo capítulo con esta morada que tuvo 4 nombres: ‘Edith’, ‘Marta Edith’, ‘Coetí Porá’ y ‘Suyainicu’; y mil historias.
Al irme… un piano mágico y folclórico me acompaña bajando por el adoquinado. Deben ser los duendes de La Profe Edith… deben ser…

 

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#PatrimonioArquitectonico